Cultura
La ideología ha muerto.  O tal vez no
«Yo odio la tiranía, la considero la fuente de todos los males del género humano». Si Rousseau tuviera razón, el mal sería culpa de la sociedad, ajeno al hombre. La clave vuelve a estar en el concepto de razón. De ello nos habla el intelectual francés Alain Finkielkraut, a quien el Centro Cultural de Milán invitó para dar una conferencia

carlo dignola

un viviendo en este mundo post-marxista y post-totalitario, al leer los periódicos tengo la impresión de toparme con la ideología», dice Alain Finkielkraut. Su presencia es sutil, subliminal, pero nos condiciona a fondo. Según el pensador francés, en el Occidente que ha rechazado la idea de pecado original ejerce un dominio incontrastable la idea de que un “delito original” preside todas nuestra relaciones sociales. Frente a Sadam Hussein y al 11 de septiembre, frente al sionismo y también frente al antisemitismo tenemos un solo pensamiento (que es el verdadero “pensamiento único” de nuestro tiempo): chercher le tyran. Siempre hay un “Hitler” dispuesto a convertirse en el chivo expiatorio colectivo y a absolver a todos de las propias responsabilidades personales. En resumen, Marx ha muerto pero Rousseau, su preceptor, sigue vivo y coleando y lucha a nuestro lado.
En Milán, la sala de congresos de la Fundación Cariplo se llenó el 20 de enero pasado para escuchar a Alain Finkielkraut, de 53 años, uno de los intelectuales más originales y libres del panorama europeo, invitado por el Centro Cultural de Milán. «Un hombre que hace de verdad su trabajo - como señaló Rodolfo Casadei al presentarlo - capaz de ser leal a la naturaleza de la razón humana».

El origen del mal
Entrevistado por Casadei, Finkielkraut abordó ampliamente la actualidad, si bien recordando que los grandes cambios son siempre metafísicos. En un momento dado, citó de un libro del XVIII una frasecita de Jean Jacques Rousseau que nos tiene en jaque desde hace tres siglos: «Yo odio la tiranía, la considero la fuente de todos los males del género humano». Finkielkraut comentaba que es una forma de atribuir el origen del mal a la historia y no a la naturaleza del hombre. Así pues, el mal ya no es culpa del hombre sino de la sociedad: «Rousseau situó el origen de todas las perversiones delitos, en el fenómeno del dominio, en la opresión». No hay caída del Muro que resista ni pesimismo de Hobbes que valga: para Rousseau, el hombre es una criatura pura, naturalmente “buena”; la fuente de todos los crímenes está siempre fuera de él. «Este principio - afirmó Finkielkraut - ha alimentado sin duda al marxismo, pero hoy está logrando sobrevivirle».
La otra característica de la ideología que nos domina inadvertidamente es la de dividir el mundo en dos, los buenos y los malos. Porque las víctimas del tirano son “no imputables” moralmente: «En la historia están, por un lado, los que actúan y son responsables de sus actos; por el otro, los que reaccionan, inocentes por principio. Estos gozan de la inmunidad del prefijo “re-”», dice Finkielkraut, jugando con la raíz de cuatro palabras francesas que suenan casi como en español: réaction, résistence, rébellion, révolte. «La sociología dominante hoy no sale de esta distribución roussoniana de los roles, y explica, incluso con argumentos muy sólidos, las acciones humanas a través de su contexto, de las circunstancias». Pero con una importante distinción: los “perdedores” son justificados por la condición histórica; los “tiranos”no.

Lógica deformante
Así pues, acontecimientos como el 11 de septiembre o el antisemitismo que resurge en Europa se leen según una lógica deformante. Finkielkraut ponía el ejemplo de las Torres gemelas: «Un suceso atroz, que nos dejó a todos con la boca abierta, estupefactos. Fue algo que superaba cualquier intento de explicación. Pero el horror sólo duró unos días. Enseguida los comentaristas empezaron a decir que Estados Unidos era víctima de su propia prepotencia, que de alguna manera era culpable de lo que había sucedido». Decía Finkielkraut  que la ideología absorbe el delito real en el delito original, «y así podemos dar un vuelco a la situación y hacer de las víctimas los culpables».
Otro ejemplo es el resurgimiento del antisemitismo en Francia. Como señalaba Finkielkraut, cuando se desencadena la violencia de los inmigrantes en las periferias urbanas, se describe en términos sociológicos y se le da una explicación a todo. Pero cuando los responsables son bandas que pueden ser calificadas como “racistas o fascistas” se emplea el lenguaje de la indignación moral. El resultado es que no se comprende lo que anida bajo las cenizas: «Los grandes periódicos y las grandes instituciones han renunciado a considerar la oleada antisemita porque no se les podía atribuir a los que por principio son acusables de sus actos, sino que provenía de personas que reaccionan, que son al mismo tiempo víctimas». En resumen, si los antisemitas son árabes, no tienen culpa ninguna porque son pobres y explotados: «El prefijo “re-” - dice Finkielkraut - es el prefijo de la inmunidad».

El antídoto
La ideología es la incapacidad de contar más allá del número dos. Si el mundo está formado por “nazis”, por una parte, y “víctimas”, por la otra, una vez asignado el puesto de perseguidos a los palestinos, paradójicamente «los judíos de Israel, o los sionistas, terminan siendo acusados de ocupar exactamente el lugar de los nazis».
¿Cuál es el antídoto para esta situación? Para el pensador francés el defecto estriba en la idea de razón: o ésta pretende dominar la realidad - y entonces se transforma en ideología - o bien se sitúa en una posición de mayor apertura, aprende a respetar la alteridad del “dato”, de lo que sucede, y sabe reconocer sus propios límites. Por esto evocaba al escritor Robert Musil, recordando su irónico “principio de razón insuficiente”, que echaba un poco de arena al poderoso mecanismo de la racionalidad occidental formalizado por Leibniz y llevado a su cumbre por Hegel: «Leibniz, recapitulando una gran tradición metafísica, dice: “Nihil est sine ratione”, no existe nada fuera de la razón. Así, no se producen más acontecimientos que los que tienen razones válidas para suceder. El protagonista del libro de Musil El hombre sin atributos (parte de la Obra Completa del autor, publicada en español por Seix Barral, 2001, ndt.), Ulrich, se pregunta si no será cierto justo lo contrario, que sólo se producen hechos que no tienen razones suficientes». Finkielkraut subrayaba cómo esta afirmación de Musil es una espléndida puesta en guardia contra la ideología: «Sea cual sea su orientación política, la ideología consiste siempre en querer someter la realidad al “principio de razón” sin dejar nada a la casualidad».

Sierva del poder
Reducir la realidad a lo que hoy somos capaces de comprender es la máxima forma de irracionalidad, que envenena no sólo la política, sino también la ciencia, reducida a sierva del poder (scientia propter potentiam), con todos los riesgos, ecológicos y eugenéticos del caso. Y también daña a la justicia: «Seamos ateos o creyentes - decía Finkielkraut - deberíamos estar de acuerdo en esto: el hombre no debe creerse Dios». Un tribunal penal internacional que pretenda juzgar los crímenes sin límite alguno de competencia territorial o temporal «se convierte en una especie de instancia divina». Las consecuencias pueden ser muy graves. Por eso el mayor arte del hombre no puede ser la justicia sino la política: «Al derecho que se cree divino hay que oponerle una política para la humanidad. Entre la proclamación de los Derechos Humanos y una política a favor de la humanidad, yo me quedo con la última».
Para Finkielkraut sólo un hijo nos podrá salvar. Aconsejaba releer a Hannah Arendt, que hizo del nacimiento el paradigma ontológico del evento, del acontecimiento que rompe la medida de nuestra razón (tal vez alguno recuerde el libro Il senso della nascita de Testori y Giussani). La Arendt, retomando en clave laica la fórmula bíblica “un niño nos ha nacido”, la ha convertido en el símbolo del milagro que sostiene cada día de la existencia. «Pero hoy - concluye Finkielkraut - advertimos que la utopía ultramoderna está venciendo ampliamente a los milagros». Tal vez no sea una casualidad que la ciencia se esté aplicando en dominar precisamente el nacimiento, para arrancarlo de las peligrosas incertidumbres de la sexualidad.