Ficción televisiva
El desafío de llevar a Jesús a la pantalla es tan grande que parece
no terminar nunca el deseo de volver a llevarlo a cabo, implicando a nuevos
medios de comunicación como la televisión. La ficción se
configura como el nuevo terreno a explorar sobre todo por las posibilidades
ofrecidas por su estructura serial, que es capaz de diluir la longitud de las
narraciones en muchos capítulos, con una consecuente mayor libertad para
profundizar en los personajes y en los eventos.
Ya en 1968 Roberto Rossellini había adaptado para la televisión
Los hechos de los apóstoles, pero es en 1977 cuando se le ofrece la posibilidad
a Franco Zeffirelli de realizar para la RAI la película Jesús
de Nazaret que, por el estrepitoso éxito de público en su
primer pase televisivo es considerada todavía hoy como uno de los tesoros
de la televisión estatal italiana.
Enlazando con los fastos espectaculares de las superproducciones del otro lado
del océano, pero sin olvidar una profundización en la narración
y en los personajes, Zeffirelli traza una puesta en escena enorme y brillante,
enriquecida por un uso no siempre calibrado de referencias iconográficas
a la pintura cristiana Con estas referencias pretende sólo sugerir lo
sagrado, pero termina mostrándolo todo, en una acumulación visual
que encuentra desgraciadamente su peor síntesis en la figura estetizante
de Jesús, interpretada por un Robert Powell perfecto, pero sustancialmente
abstracto.
La verdadera fuerza de película reside en los retratos de los apóstoles,
plasmados con un extraordinario sentido de verdad nunca visto antes. Al mostrar
la cotidianidad de las relaciones entre hombres distintos por carácter,
la sabiduría visual de Zeffirelli impresiona sobre todo por la figura
de Pedro, interpretado por James Farentino, un personaje ciertamente rudo y
huraño, pero indudablemente real en el drama de su humanidad frente a
Cristo. Aquellos a los que Zeffirelli pone en escena en su relación cotidiana
con aquella presencia fuera de lo común, son hombres que están
representados frente al Misterio, hombres en los que el mismo director se juega
personalmente como creyente, en una implicación que está totalmente
ausente de las películas de Pasolini.
Proyecto Biblia
En años más recientes la RAI se ha hecho cargo de recuperar un
ambicioso proyecto ya intentado en el cine por el productor Dino De Laurentiis,
pero abandonado después del primer episodio (La Biblia, John Huston,
IT 1966), que es el de llevar toda la Biblia a una serie de películas.
El que ha conseguido realizar este proyecto ha sido Ettore Bernabei que, en
el arco de diez años, ha producido, a través de una serie de coproducciones
internacionales guiadas por la televisión estatal y por su productora
Lux Vide, trece películas que ilustran la Sagrada escritura, desde el
Génesis de Ermanno Olmi, hasta el último, francamente embarazoso,
episodio del Apocalipsis, transmitido por Raiuno el pasado mes de diciembre.
El planteamiento del llamado Proyecto Biblia puede resumirse en las palabras
del mismo Bernabei: «Junto a muchos directores nos hemos preguntado a
menudo si no sería posible tomar los modelos narrativos sobre los que
se fundan los géneros populares como la telenovela o el telefilme, aprovechando,
para comunicar contenidos muy distintos, algunos recursos utilizados por los
autores, por ejemplo, de series como Dallas». El punto culminante de la
Biblia de Bernabei no podía ser otro que la vida de Jesús, emitida
en diciembre de 1999 con ocasión del Gran Jubileo. Jesús, película
en la que la figura de Jesús es interpretada por el joven y desconocido
Jeremy Sisto, se propone como una versión inédita de Cristo que
quiere tener en cuenta no sólo su ser de Dios, sino también y
sobre todo su ser de hombre de carne y hueso. Pero esta idea, como ya se ha
visto, no es nueva. Algunas soluciones, como por ejemplo el enamoramiento de
Marta, la hermana de Lázaro, por parte de Jesús, indicado como
absolutamente original, parece tomado prestado de la tan escandalosa Última
tentación de Scorsese. Pero aunque Jesús se propone como campeona
de la ortodoxia, su planteamiento de fondo está marcado por una profunda
ambigüedad, pues está empapada de ese falso ecumenismo con el que
se trata de no molestar la identidad de los demás poniendo en discusión
la propia. Viendo la lista de los numerosos consultores llamados a garantizar
el contenido de fe de la película, puede verse la presencia, además
de algunos católicos, de un estudioso valdense, un ortodoxo, un protestante,
y también un judío y un musulmán. Esta heterogeneidad de
ópticas termina por trazar un Jesús que es un incierto compromiso
que vaya bien para todos, pero, sobre todo, que pueda ser exportado a todas
las televisiones del mundo.
Además, a esta ambigüedad de fondo se añade también
una desconcertante pobreza en la organización visual totalmente anónima,
plana y superficial. Limitación ésta debida a la discutible decisión
de encomendar, aparte del prólogo “de autor” de Olmi, la
dirección de cada uno de los episodios a realizadores de televisión
poco conocidos antes que a directores procedentes del mundo del cine.
Atractivo inagotable
A pesar de todo esta película ha gustado mucho a los espectadores, señal
ésta de que la figura de Jesús sigue despertando un notable interés
en el público cinematográfico y televisivo.
Y seguramente este atractivo inagotable que no parece disminuir nunca ha sido
uno de los motivos que ha empujado también a Mel Gibson a arriesgarse
en la empresa de rodar Passion, una nueva película sobre Cristo, basada
en las últimas horas de su vida, a modo de testimonio de cómo
esta historia con dos mil años de antigüedad es siempre la más
actual. Porque, se diga lo que se diga, hoy tampoco se puede evitar tomar una
posición en relación a esta Presencia, en la vida cotidiana y
en el cine. En espera quizá de poder encontrarse con Ella no sólo
en la pantalla, sino también por las calles abarrotadas de nuestras ciudades.