2004
Año
Jacobeo Las investigaciones en torno a la tumba del apóstol
Donde descansa Santiago, hijo de Zebedeo
Tras el relato de la investigación sobre la permanencia de los restos
del apóstol Santiago en las costas de Galicia a lo largo de dos mil años
(Huellas, abril 2004), la autora recorre breve y precisamente las etapas de la
búsqueda de la tumba y de los restos arqueológicos que confirman
la historicidad del hecho que fundamenta la peregrinación a Compostela
Elena Serrano
La tradición nos ha transmitido la noticia de que a la muerte del apóstol
Santiago, hijo de Zebedeo, sus restos fueron trasladados por dos de sus discípulos,
en barco, hasta las costas de Galicia. Desembarcaron en Iria Flavia y fueron
enterrados en un edificio sepulcral ya existente en un lugar cercano.
En un edificio
sepulcral ya existente
Se trataba de una construcción romana mandada edificar por una importante
matrona indígena pagana, Atia Moeta, para el enterramiento de su nieta
de dieciséis años, Viria Moeta, y para el suyo propio. Este hecho
viene confirmado por la lectura de una inscripción hallada en una piedra
de mármol que se encuentra en el Museo de San Paio de Antealtares y que
se usó de altar en la planta alta del edificio.
Era una construcción de dos plantas, a la que se accedía desde
la segunda y se pasaba a la planta baja o cámara sepulcral por una escalera
interior. En ésta fueron enterrados tanto Santiago como los dos discípulos
que lo trasladaron muerto desde Jerusalén, Atanasio y Teodoro.
In situ sucesivamente
tres iglesias
A partir del siglo IX, en que se halla el sepulcro, se construyen in situ sucesivamente
tres iglesias para albergar tan santos huesos, de las cuales la del siglo XI
es la románica que ha llegado hasta nuestros días.
Las dos primeras iglesias, edificadas la primera al poco del hallazgo y la segunda
a finales del siglo IX, respetaron el edificio sepulcral tal como fue hallado,
de forma que lo embebían.
La construcción de la Catedral románica en su primera fase tampoco
afectó al cenotafio.
El nuevo Altar Mayor
sobre la tumba apostólica
En 1105, estando aún sin concluir, el obispo Gelmírez decidió levantar
el nuevo Altar Mayor sobre la tumba apostólica. Esto conllevó la
demolición de la planta superior del cenotafio, del que quedó en
pie sólo la cámara sepulcral, pero reducida a la altura de una
persona. Sobre esta cavidad asentó el Altar del apóstol y dejó el
sepulcro inaccesible para todos. Ambrosio del Morales cuenta en su Viaje, redactado
en la segunda mitad del siglo XVI, que Gelmírez quiso impedir la entrada
al sepulcro por ser grande la costumbre que había de enseñarlo
a reyes y príncipes que venían de todos los lugares.
Así se conservó hasta el siglo XVII, en que el gusto por lo barroco
hizo ver como excesivamente pobre la disposición del Altar Mayor del siglo
XII, y se acometió la construcción de uno nuevo, para lo cual se
rebajaron aun más los muros del antiguo cenotafio y se asentó el
nuevo altar directamente sobre las tumbas. Quienes realizaron la reforma no dejaron
nada escrito de lo que encontraron. Desde este momento las tumbas quedaron del
todo inaccesibles.
La búsqueda de la tumba
En 1878 se inician las excavaciones arqueológicas bajo el Altar Mayor
con el fin de hallar la tumba del apóstol Santiago y sus restos. La iniciativa
se debió al Arzobispo Miguel Payá, quien encargó la dirección
de las excavaciones a Antonio López Ferreiro, uno de los mejores arqueólogos
de la época. Tras realizar varias prospecciones sin resultado, finalmente
se levantó el Altar Mayor. Descubrieron entonces un mausoleo con tres
hoyos en el suelo, pero removidos y vacíos. Uno de ellos aparecía
cubierto con los restos de un mosaico de mármol con clara apariencia de
factura romana.
Los huesos, finalmente se encontraron en el espacio del trasaltar mayor, bajo
el ábside, metidos en una urna construida deprisa, con materiales en parte
procedentes del sepulcro.
El estudio científico
de los huesos
En 1879 se constituyó un tribunal para estudiar los restos encontrados
y en 1884 una Congregación Extraordinaria. El estudio científico
de los huesos revela que pertenecen a tres esqueletos incompletos de tres individuos
de desarrollo y edad diferentes, de los cuales dos estaban en una edad media
y el tercero en el último tercio de la vida. A uno de ellos le falta de
apófisis mastoidea derecha, que fue regalada por Gelmírez al pacense
San Antón, Obispo de Pistoia, donde se venera como reliquia. Se explica
que dicho hueso esté separado del hueso temporal por pertenecer a un decapitado,
como es el caso de Santiago. De este modo se ha podido identificar cuál
de los tres grupos de huesos pertenece al apóstol.
Para proteger de la amenaza
los restos apostólicos
En 1585 se había producido el primero de los ataques ingleses a las costas
gallegas, bajo el mando del pirata Drake, el cual había amenazado con
destruir la catedral y la tumba de Santiago. Para proteger de la amenaza los
restos apostólicos el obispo Juan de Sanclemente sacó los restos
de los tres santos de sus sepulcros y los escondió en unas tumbas construidas
de prisa en el transaltar mayor.
El deseo confesado de Felipe II de llevarse parte de los restos del apóstol
al relicario del monasterio de El Escorial, probablemente explique la poca diligencia
del obispo en devolverlos a su sitio una vez pasado el peligro corsario. El secreto
se fue con él a la tumba.
Tras los estudios pertinentes, la Bula Deus Omnipotens de 1884 anunció a
toda la cristiandad el hallazgo de los huesos de Santiago y animaba a emprender
de nuevo peregrinaciones a Compostela.
Los restos arqueológicos
Los estudios sobre los restos encontrados a partir de 1878 han sido realizados
principalmente por Antonio López Ferreiro, su descubridor, Fidel Fita
y Aureliano Fernández Guerra a finales del siglo XIX. A partir de 1940
son fundamentales los estudios de José Guerra Campos e Isidoro Millán.
Al levantar el Altar Mayor en 1878 se descubrió la estructura de lo que
quedaba de un viejo monumento funerario romano, en el que encontraban alojamiento
tres sepulturas. La cámara sepulcral estaba dividida en dos partes por
una pared de mampostería: la oriental contenía una única
tumba cubierta con mosaico romano de colores, sin duda la de un personaje más
importante que los otros; las otras dos estaban en la parte occidental, adosadas
a las paredes norte y sur y cubiertas con baldosas de arcilla. Estos enterramientos
son necesariamente anteriores a la mitad del siglo II, data del segundo nivel
del pavimento que se sitúa por encima de los sepulcros. El edificio se
encontraba rodeado en sus partes este, norte y sur por un pasillo pavimentado
con losas graníticas.
He aquí un alzado axiométrico conjetural de la parte inferior de
la cámara funeraria tal como debía estar en el siglo XVI. La parte
señalada con la letra A era la tumba apostólica cubierta con un
mosaico de mármol multicolor muy fino. El resto se cubría con baldosas
de cerámica. Alrededor se ve un resalte exterior a modo de zócalo
que coincide con el nivel más bajo del pavimento, el original del edificio.
(Dibujo de J.L Carballo publicado por Don Isidoro Millán González-Pardo).
La cenefa indica
el carácter cristiano
del personaje allí enterrado
Las tumbas estaban vacías y con el pavimento removido. No obstante fue
posible reconstruir un dibujo de la cenefa que enmarcaba el mosaico de la tumba
de la parte oriental, atribuida a Santiago, pero no lo que sin duda contenía
el rectángulo central, roto para extraer los huesos que debía contener.
El mosaico que cubría la tumba del apóstol era una composición
de tres colores (blanco, negro y cárdeno), cuyo motivo fundamental era
la flor de loto, símbolo cristiano del bautismo y la resurrección.
Este motivo indica el carácter cristiano del personaje allí enterrado.
Un pavimento de mosaico de este tipo no tiene paralelo ninguno en Galicia en época
germánica.
Fenestelle martiriales
con manchas de humo
Lo sencillos sepulcros de los santos Atanasio y Teodoro están fabricados
en ladrillo romano y adosados a las paredes norte y sur del compartimiento occidental.
Presentan unos agujeros en círculo, las fenestelle martiriales, que eran
propias de los sepulcros de los mártires y se utilizaban para tener acceso
a sus cadáveres, tocar paños que después se usaban como
reliquias, quemar incienso y encender luminarias. Estos huecos fueron dejados
a propósito al construir las paredillas de cierre de los sepulcros. Las
manchas de humo existentes en la parte superior indican el uso al que fueron
destinadas.
La inscripción
datadaa finales del siglo I o comienzos del II
Recientemente Isidoro Millán ha descubierto una inscripción que
deja ya fuera de toda duda razonable la autenticidad de la Tumba de Santiago.
Se trata de una piedra de pequeñas dimensiones con la inscripción
ATHANASIOS, que probablemente sirvió de tapón a una fenestelle
martirial y que se encuentra en el sepulcro adosado a la pared norte, que la
tradición atribuía a San Atanasio. Su grafía basada en letras
griegas y hebreas se asemeja a las encontradas en el cementerio cristiano situado
en el Monte de los Olivos en Jerusalén. Ha sido datada a finales del siglo
I o comienzos del II.
Hasta hoy
Tras el hallazgo de los restos de Santiago en 1879, éstos fueron depositados
en una urna de plata labrada por los orfebres Rey Martínez en 1886, dentro
de un cofre de madera forrado de terciopelo rojo con tres compartimentos, para
Santiago, Atanasio y Teodoro. Así es como se encuentra en la actualidad.