SOCIEDAD

Al corazón del problema*

«Si el hombre se contenta con reconocer la dinámica y el mecanismo de las cosas sin captar su significado, nunca podrá construir una civilización, un ambiente social donde abordar las dimensiones de la existencia humana». Segunda parte de la entrevista con Enrique Arroyo

a cargo de ELENA ALONSO SERRANO

Una educación que no reconozca la existencia en cada hombre de unas exigencias fundamentales - de justicia y de verdad, de belleza y libertad -, y de unas evidencias básicas - por ejemplo, que yo soy y antes no era, por tanto necesito a los demás, soy dependiente -, y que no ayude al alumno a reconocerlas, está ignorando la auténtica dimensión que tiene el hombre y negando su libertad. Educar es introducir a la persona en la realidad concreta a la luz de una hipótesis de significado. Todos los aspectos de la realidad tienen un significado (tanto una poesía como un teorema, un fenómeno químico o un fragmento musical) y vale la pena implicarse hasta el fondo para descubrirlo.

Sin embargo, parece que no se renuncia a educar cuando se insiste tanto en la educación en valores como objetivo prioritario.

Mucho se podría decir sobre las horas destinadas en los centros a educar en valores: educación para la paz, para la salud, para la solidaridad, etc. Pero los resultados hablan por sí solos: además de lo señalado anteriormente *, ¿qué decir del hecho de que hoy la mayoría de los jóvenes no conciben la posibilidad de divertirse sin beber alcohol? ¿O de las agresiones entre jóvenes dentro y fuera de los colegios? ¿O de la violencia que supone - dentro de una aparente normalidad - la banalización de lo que sucede, los prejuicios y la falta de interés con que se mira la realidad? Por ejemplo, el día siguiente del primer bombardeo de Bagdad en la guerra de EEUU contra Irak, al llegar a clase, un alumno había puesto en la pizarra: Bush 1, Sadam 0. ¡Qué indignación me produjo, pero también qué profunda compasión provocó en mí!

Las consecuencias son graves...
La educación meramente instrumental, sin una perspectiva unitaria, sin una propuesta que resulte verdaderamente interesante y atractiva, porque ofrece un significado, produce una actitud escéptica y promueve comportamientos guiados por la instintividad. La indiferencia hacia lo colectivo sólo se ve alterada ante sucesos que provocan la sensibilidad (véase el 11 septiembre) pero que difícilmente llegan a la razón. De hecho, no les importa ni lo que verdaderamente les afecta. En las encuestas que hemos realizado a propósito de la ley, prevalecía el desconocimiento y la indiferencia. Da igual casi todo, y sólo protestan por cuestiones tan directas como la reválida. Por eso en gran parte el ruido de los estudiantes es fruto de una manipulación ideológica de la que no son conscientes. A menudo, es la mera ocasión para no ir a clase y divertirse.

No basta, pues, con hablar de valores, sobre todo si, al final, se reducen a una lista de deberes o de prohibiciones.

Y ¿cuál es para ti la vía de salida?
Es triste comprobar la reducción con que se consideran y la escasa fascinación que suscitan los valores que han originado nuestra civilización. Pero es lógico. Sólo hay un modo de aprender a moverse en la realidad, de llegar a ser uno mismo y ser consciente de lo que se desea: el encuentro con una persona que propone su experiencia y se comunica a sí misma. Educa la fascinación de un encuentro humano. Fundamentalmente, no es cuestión ni de instrumentos ni de exhortaciones moralizadoras; es cuestión de la verdad de vida del educador. Al afirmarlo, subrayo la prioridad que tiene no rehuir de la responsabilidad personal que conlleva la educación. Esta responsabilidad no es otra que la de una auténtica comunicación de uno mismo. No se educa por mera profesionalidad, sino para comunicar lo que hemos descubierto de algún modo nosotros. Este es el primer indicio del riesgo que comporta la educación. La comunicación de sí mismo, en este sentido, es ofrecer un conocimiento de la realidad y un modo de relación con todo que se presenta al alumno como la expresión de una libertad que encuentra otra libertad.

¿Es el educador el elemento decisivo en la educación? ¿Qué pasa con la insistencia en los instrumentos, en los medios, en las técnicas pedagógicas?
El profesor no es un instrumento sino que es una persona. Por eso, la fuente para comunicar una experiencia y la ayuda para desarrollarla, viene de mi vida, no del hecho de ser profesor. Una cierta preparación no es educativa por sí misma. Mucho menos las técnicas o los medios que se utilicen, que – incluso - podrían ser deseducadores. Lo que educa es la actitud que el profesor asume a la hora de abordar la realidad. Un profesor es una persona que fascina por su pasión en comunicar su ser, dentro de lo que hace. Explique lo que explique, cómo el profesor afronta lo que explica refleja el amor que tiene por la verdad, no como realidad abstracta, sino como contenido del horizonte que tiene su vida, como meta hacia la que va. No existe un hombre, que sea verdaderamente hombre, que no se sienta responsable de ayudar a otros a caminar hacia su felicidad. Hablar de un profesor es hablar de un ser humano que ama a otro ser humano, como una madre y un padre aman a su hijo. Lo que hace que una presencia sea realmente educativa es, por tanto, el horizonte ideal que vive. Sin tener a nadie así delante no es posible aprender realmente y no surgirán personas conscientes y creativas.

¿Qué opinan al respecto tus alumnos?
Los jóvenes tienen necesidad de alguien que comunique su experiencia, su recorrido humano y profesional. Cuando en las encuestas preguntábamos por lo que los alumnos consideraban más determinante en la educación, la mayoría se refería al profesor. Y no exigían tanto que supiese mucho, sino que tuviera un interés real por ellos, ¡que tuviera paciencia! y que le gustara enseñar.

Soy consciente de que esto supone poner en un primer plano la responsabilidad del profesor, o del adulto. Pero es que no puede ser de otra manera.

¿Qué ayudas pedirías?
Es imprescindible que exista libertad para educar. Que exista una real libertad de educación no es simplemente defender que el derecho de educar lo tiene la sociedad y no el Estado, que debe sin embargo ser su garante. Por ello, obstaculizar una real libertad no es atacar una determinada manera de entender la escuela; es combatir la idea misma de educación pues se hace creer que es posible una instrucción separada del significado de la vida. Por consiguiente, se destruye desde su raíz la posibilidad de que un pueblo pueda seguir trasmitiendo su cultura.

También se dice que, a causa de su propuesta de itinerarios educativos, esta ley supone una regresión en el logro de la igualdad de oportunidades para todos.
Es cierto que uno de los retos prioritarios en nuestro panorama educativo es la integración de todos los alumnos, garantizando la igualdad de oportunidades y evitando el fracaso escolar. Sin embargo, son conocidas las carencias de los estudiantes en una cultura básica, la falta de una base elemental en matemáticas y lengua y los índices de fracaso escolar: España es el segundo país de la UE con un mayor índice de fracaso, un 28% por ciento de los alumnos no acaban la enseñanza obligatoria. Una de las causas de esta situación - no la única ni la más importante - es la convivencia en las mismas aulas entre estudiantes con distintas capacidades y expectativas. Ante esta situación muchos reaccionan señalando el paso adelante dado con la escolarización general y argumentan que el principal avance educativo está en haber logrado la igualdad de oportunidades para todos, justificando el detrimento en la calidad que ello ha conllevado con un razonamiento como el siguiente: “bajemos los niveles, eliminemos así las diferencias, homogeneicemos, de este modo permitiremos a más gente lograr un nivel mínimo, pero aceptable”. ¿Es lícita esta argumentación?

¿Cómo se trabaja realmente para la igualdad?
En primer lugar hay que partir de la realidad. Y ésta nos muestra a diario que entre los alumnos la diversidad existe, que existen diferentes condiciones personales, sociales, económicas y culturales y que también existen diferentes capacidades y expectativas. Es ingenuo y violento pretender eliminar todo ello. Tanto es así que en el actual sistema los grupos de diversificación curricular pretenden responder a esta situación. O incluso la elección de las materias optativas en el segundo ciclo de la ESO da lugar a una diferencia real en la formación.

Si bien a estas edades los alumnos están todavía formándose y sus expectativas son más teóricas que reales, la necesidad de adaptar la educación en esta fase a las capacidades y expectativas de cada uno, poniendo las bases para un seguimiento adecuado de estudios posteriores, obliga a la formación de diversos itinerarios. Estos itinerarios otorgan el mismo título de Graduado en la ESO pero dirigen bien a estudios de formación profesional o bien a estudios de Bachillerato. La ley parece complementar esto con la posibilidad de ofrecer formación permanente para todas las edades. Todo ello puede garantizar que los alumnos reciban la formación básica que necesitan, evitando así el volumen de abandonos y fracasos que se producen por una igualdad mal entendida y que hace que muchos opten por caminos para los que no están capacitados.

El riesgo de la llamada ‘comprensividad’ es confundir la igualdad de oportunidades con la uniformidad. Esta pretensión provoca que el alumno considere la diferencia como inferioridad. La escuela puede poner en evidencia los condicionamientos inevitables de la sociedad, las circunstancias y las capacidades, pero debería ayudar a comprender que a pesar de ello se puede ser libre y hay un camino oportuno para cada uno. Para educar debo acompañar en la diversidad sin hacer que ésta sea considerada como una inferioridad.

¿A qué se debe esta uniformidad?
La tendencia a buscar una uniformidad encubre bajo el noble intento de abolir los retrasos y diferencias culturales, un vicio filosófico: concebir la igualdad como la abolición de las diferencias. Pero afirmar que “no existen diferencias” implica adecuarse todos a un modelo único de hombre, en última instancia dictado por el poder y por tanto dependiente, en cada época, de la ideología vigente. La única alternativa a este uniformismo alienante es concebir a cada ser humano como un ser único y libre, con valor en si mismo por el sólo hecho de existir y cuya dignidad no puede estar en función de sus capacidades y mucho menos de su éxito social. El igualitarismo prescinde de la persona. Porque al final el joven piensa que lo que le hace ser miembro de pleno derecho de la sociedad es estar a la altura de los demás según un canon de valor marcado por la idea de éxito.

¿Un juicio sintético sobre este punto concreto?
Si no se afronta la cuestión de la diversidad en éstos términos se llega a dos consecuencias aparentemente contradictorias pero que tienen la misma raíz: se bajan los niveles académicos y por otro lado se transmite a los alumnos una imagen de si mismos por la cual si no alcanzan ciertos objetivos (estudios superiores, cierto tipo de trabajo) han fracasado. Es decir, se devalúa la educación secundaria y se minusvaloran los ciclos formativos profesionales obligando a todos a un mismo recorrido, para permitir - falsamente - llegar a un mismo nivel de instrucción. De hecho, desde la implantación de la Logse muchos centros de Formación Profesional han tenido que cerrar.

Por tanto, si bien es justo que uno decida después de haber visto todo lo que puede hacer, no podemos impedir una auténtica formación profesional, una formación científica y técnica de calidad y una adecuada formación humanística juntando a todos y haciendo todo igual. Una escuela que valore las diferencias tiene que ofrecer distintas posibilidades: garantizar calidad a quien quiere estudiar y facilitar caminos profesionales para quien no quiera estudiar en el futuro. Es necesaria una escuela que mire a las personas según las necesidades y capacidades que tienen y posibilite una formación adecuada a ellas. La educación debe amar la diversidad porque no es inferioridad. La igualdad en el antiguo sentido soviético elimina la persona y su singularidad, por lo que no puede constituir el valor civil de una nación. Siendo fontanero, carpintero o auxiliar, uno puede sentirse plenamente realizado, todo depende de la idea de valor que se tenga. Por ello, la escuela, no puede renunciar a enseñar dónde está el auténtico valor de la vida y, por tanto, de la actividad de un ser humano.

* (la primera parte de la entrevista, en Huellas octubre 2002, pp. 40-41)