cultura

Filosofía: estudio del Ser, no de la nada
Las cuatro páginas de la carta a la Fraternidad “subvierten” cuatro siglos de pensamiento occidental, cuya parábola parece acabar en el nihilismo: desde el Ser hasta la nada. Un profesor de teorética relee con Huellas el texto de don Giussani, señalando su fuerza cultural a la hora de hacer un juicio sobre la modernidad y el momento presente

a cargo de Alessandro Banfi

En las palabras verdaderas que utiliza Giussani siempre está implicado un juicio sobre el tiempo que vivimos, la cultura contemporánea e incluso las “modas”. También la carta de junio a los miembros de la Fraternidad lo confirma y constituye una sorprendente lectura de las grandes cuestiones culturales y filosóficas de los últimos cuatro siglos. Las relaciones entre el yo y la realidad, entre el Ser y el tiempo (por citar el título de un famoso libro de Heidegger), entre el Ser y la nada (por seguir con Sartre), están descritas y esculpidas de modo simple y profundo. Para profundizar en algunos de estos temas, hablamos con Massimo Borghesi, profesor de filosofía teorética en la Universidad de Perugia.

La carta se centra en María: «Ahora comprendo –escribe Giussani– que la personalidad de la Madre de Cristo ha jugado un papel decisivo». Pero la carta comienza con una descripción de la relación entre el yo y la realidad. ¿Qué concepción de la realidad presenta? ¿Y por qué está tan relacionada con el concepto de libertad?
La libertad, como subraya Giussani en otros escritos, es la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso, de separar el bien del mal, el ser de la nada. Esta capacidad de distinguir, encuentra su plena realización en el reconocimiento y el abrazo de lo verdadero, que es el abrazo que el Ser nos da. En este “distinguir, separar” la libertad puede bien realizarse o bien destruirse, optando por lo falso, el mal o la nada. El yo coincide con el drama de la libertad. Ésta encuentra su cumplimiento cuando el deseo de ser (del Ser), que alberga en el corazón de todo hombre, encuentra satisfacción. Hay un vínculo profundo que une la libertad con el deseo, con el deseo más profundo que habita en el corazón humano, el de la felicidad. Un hombre percibe que es libre cuando su deseo de felicidad no se ve frustrado, cuando encuentra satisfacción. La felicidad es la realización de la libertad. Lleva consigo, al menos por un instante, la percepción de que hemos sido “salvados”, apartados de la sombra gélida de la muerte. En su dinámica la felicidad no puede separarse del objeto, o del sujeto, que la hace posible. No somos felices por nosotros mismos, ni libres por nuestros propios medios; solos no somos felices. Esto mueve al deseo a descubrir una realidad que colme su vacío, que libere al yo de sus límites. Esto “otro”, que el corazón busca ardiente y confusamente, sólo se satisface parcialmente con los “otros” que se encuentran. Esto “otro” es signo, cifra del infinito. En el hombre la libertad es la capacidad de lo infinito.

«El drama supremo es que el Ser pida al hombre que le reconozca », escribe Giussani, y más adelante añade: «Dios te destina a lo eterno, te hace eterno, te destina a comprender quién eres». La mentalidad contemporánea niega el carácter vertiginoso de esta relación y tiende a encerrar al hombre en la infelicidad de las “instrucciones de uso”…
« El verdadero drama de la Iglesia a la que le gusta llamarse moderna es el intento de corregir el estupor del acontecimiento de Cristo con reglas». Es una frase de Juan Pablo I, que cita Giussani en el libro Está porque actúa, que corresponde a lo que tú llamas “instrucciones de uso”. La reducción del cristianismo a mera doctrina moral, que ha marcado la sensibilidad eclesial de las últimas décadas, no se libra de una actitud farisaica. Así no se comprende por qué la auténtica moralidad siempre es el resultado de un afecto, de una gratitud y un reconocimiento de la “positividad” del Ser. Lo que impide este reconocimiento es dar por supuesto el Ser, considerarlo obvio, como les sucede a muchos en el ámbito eclesiástico; o hundirlo en la nada, en el abismo de lo negativo, como hace la cultura dominante. En ambos casos, la urgencia de sentido, que clama desde la razón y el corazón humanos, se ve desatendida, silenciada y violentada; se desvirtúa el corazón misterioso que registra nuestra experiencia del mundo. En la entrevista que Renato Farina publicó en el diario Libero hace un año –un diálogo excepcional por las novedades y las sugerencias que contiene– Giussani afirma que cada día percibe con mayor viveza que el «Ser es Misterio». Esta percepción no sólo acompaña a la realidad de Dios, sino también a la del mundo y del yo. La gratuidad del existir, su no necesidad, hunde sus raíces en el insondable Misterio divino, en su libertad que a su vez encuentra su razón, carente de “razones”, en un Amor inconcebible. Esta es la percepción que hace posible la sorpresa, la admiración ante un Ser que se percibe como “acontecimiento”. También la filosofía contemporánea habla del Ser como Evento, como hace Heidegger, pero después separa el Evento del deseo. El Ser es acontecimiento cuando se advierte como una gratuidad amorosa que corresponde al deseo de felicidad y de libertad. Si lo experimentamos dentro de una experiencia de amor. Cómo introducirnos en el “misterio ontológico”, en el descubrimiento de cómo el Ser pide al hombre que le reconozca, es el elemento que apremia a Giussani en el curso de estos últimos años. Su pasión educativa ha adquirido la forma de una tensión amorosa para que la mirada, más allá del formalismo y el nihilismo imperantes, pueda volver a la sorpresa por algo gratuito, a descubrir una positividad que excede toda espera. Se comprende, desde este punto de vista, la cercanía con von Balthasar, con su estética teológica. Se entiende por qué Giussani habla del «Ser como atractivo», como escribe en El hombre y su destino, y por qué publica un libro titulado El atractivo de Jesucristo. Este atractivo se llama Gracia. No hay nada más potentemente persuasivo y bello que un amor gratuito, inmotivado. Parafraseando a von Balthasar: «Sólo el amor es creíble». Lo cual es válido siempre, pero hoy, en medio de la devastación general de los afectos y de las razones, asume un valor histórico singular.

« La Virgen respetó totalmente la libertad de Dios –dice Giussani– sin oponer un método suyo». En cambio, la cultura filosófica dominante, de Descartes en adelante, ha defendido un método autónomo que, al final de la parábola, demuestra ser una reducción y no una apertura…
Si Dios existe, es Dios quien establece cómo darse a conocer, cómo quiere que el hombre le conozca. El conocimiento surge al conformarse con el objeto: este es el fundamento del realismo, que se opone a todo idealismo que quiera establecer a priori la forma del objeto. María es método, camino hacia Dios, porque Dios le la ha dado una forma humanamente única. Es el ser creado como Dios lo ha deseado desde siempre, como lo ha imaginado desde los orígenes. Ella, que es mater Dei, es el ser filial por excelencia, es la hija de su Hijo. Este es el corazón virginal de María, virgen y madre, corazón de niño, corazón humano que se confía a Dios en todo. María es método de Dios porque no ha opuesto a Dios su propio método. Es método porque no tiene método. Es el instrumento y la expresión humanamente más alta de la libertad de Dios.

Escribe Giussani: «La Virgen es el método necesario para tener una familiaridad con Cristo». ¡Necesario! ¿Cómo explicarías esta necesidad?
« La Virgen es como la invitación del príncipe», escribe Giussani en su “Mensaje de Loreto”. Puede invitar a los convidados porque hay en ella un atractivo –el “atractivo de María”– que le permite entrar en el corazón del hombre. Es la Mater misericordiae que, como la Virgen de Piero della Francesca en Sansepolcro, envuelve con su manto a los suplicantes y a los pobres.
En este sentido es “forma” por excelencia del Ser, forma privilegiada. Hay en Giussani un concepto latente de forma que, análogamente a Balthasar, sostiene su reflexión. El Ser es; es tanto más “ser”, cuanto más adquiere forma, cuanto más corresponde a la imagen con la que Dios lo concibió. Cuanto más rehuye el hombre este designio tanto más se desliza hacia la nada. En María la forma del Ser resplandece con una intensidad inigualable. Por eso atrae, pues en ella, la misericordiosa, el rostro del Hijo se encuentra aún más exaltado. Un cristianismo sin María, como el que se da en la Europa septentrional, protestante, es un cristianismo pesado y triste. Esto, junto con las guerras de religión, explica mejor el ateísmo moderno que muchos sutiles análisis filosóficos. En la economía divina María manifiesta el rostro materno de Dios. Para el hombre es una gratuita necesidad.

Durante largo tiempo se ha insistido en la compañía, hoy se insiste en la figura de María. Evidentemente, no hay contradicción, pero ¿por qué hoy, por qué aquí se insiste en algo que tiene consecuencias también culturales?
Es cierto. Durante los últimos tiempos, Giussani insiste en la figura de María, lo cual no tiene nada que ver con una devoción barata. Esta insistencia es paralela a la del “Ser como caridad”, que también prevalece en sus últimas reflexiones. Son textos importantes que permiten captar la limitación propia de cualquier posible «mística de grupo» que, como afirma Giussani en El atractivo de Jesucristo, no supera una óptica sociológica, meramente naturalista. Desde 1980, a partir del coloquio con Testori que se encuentra en Il senso della nascita, Giussani empieza a insistir en que ya no es el tiempo de las «cruzadas organizadas» y de los «movimientos organizados». Lo cual no significa, obviamente, el fin de la idea de movimiento. Significa más bien que un movimiento cristiano no debe concentrarse enfáticamente sobre sí mismo, como si la pertenencia militante garantizara gnósticamente la salvación, sino que debe ayudar a mirar fuera de sí mismo. Una compañía cristiana es una compañía vocacional. De lo contrario, oscila entre militantes y compañeros triviales para distraerse en el tiempo libre. La insistencia de Giussani sobre María es un juicio histórico. Hoy, en la época del nihilismo no puede convencer la magia del discurso, sólo convence testimoniar el Ser como misericordia, mostrar el rostro amoroso del Ser. En la tierra desolada en que vivimos, dominada por la tentación maniquea de concebir el mundo y la vida como un mal, solamente la experiencia de un amor verdadero, como sugería Guardini en la conclusión de El ocaso de la edad moderna, puede hacer que el yo vuelva a descubrir el afecto por el Ser. Por ello, en la entrevista en Libero, Giussani señala a María como la presencia que se opone al nihilismo; María, sobre la cual querría escribir un artículo porque «cualquier cosa que toca se hace humana y al mismo tiempo la sitúa en el Misterio».

La gran consecuencia del encuentro con Cristo a través de María se llama caridad. «La gran revelación es que la esencia del Ser es el amor. Por lo tanto, toda la ley moral se define con el término caridad». «Toda la ley moral», esto también es subversivo, por ejemplo, respecto a la moral kantiana, que por lo demás es la dominante, al menos en la fachada hipócrita del poder contemporáneo...
« La esencia del Ser es el amor», esta es una afirmación verdadera que hay que experimentar para comprender. Quien ha vivido un instante de caridad y amor entregado puede intuirlo. Mientras que el moralismo kantiano es completamente impotente frente al nihilismo de hoy en día. La experiencia cristiana consiste en introducirnos en la misericordia del Padre como el rostro del Ser. A partir de los diálogos del 94, editados en el libro «Tú» (o de la amistad), Giussani empieza a insistir, partiendo de la ontología trinitaria, en la naturaleza del Ser como “relación”, “comunión”, contra todo monismo que quiera disolver lo múltiple en el Uno. Dicha naturaleza del Ser, que no lleva dentro de sí la muerte y la contradicción, como quieren la gnosis y los fundamentalismos de hoy, se revela como caridad. En la entrevista en Libero Giussani declara: «Dios como Misterio de caridad es la única carta que quisiera escribir a los de CL y a todo el mundo».

La forma de la caridad es una esperanza “vivaz”. Al volver a leer a Ariosto, me he dado cuenta de que Orlando, cuando descubre el amor entre Medoro y Angélica, se pone a llorar y su llanto no se aplaca, y él mismo se sorprende porque, dice el poeta, su llanto es una “fuente vivaz”. En la cita de Dante se ilumina el sentido de las palabras. Vivaz en el sentido de inagotable, de opuesto a la muerte, pero también de lo contrario a la rutina, al conformarse, al tran-tran...
Nos hemos conformado... muchos, tanto laicos como eclesiásticos, corren para ocupar las primeras filas del teatro, del teatro “cristiano”. Quedan pocos que amen a los pobres hombres de los que está llena la sociedad actual. Es sorprendente el pathos de Giussani, un pathos testoriano, que le lleva a hablar de “vórtice” en la entrevista de Farina, de “desbordamiento” en la Carta a la Fraternidad. Y esto, en contra del formalismo, de la repetición de ritos sin alma, del apagarse del deseo que se aferra, mecánicamente, a gestos consabidos. Sólo la caridad, en la que conviven estupor y sacrificio, abre a la esperanza, a la esperanza de que el Ser triunfe sobre la nada, el amor sobre la muerte. Abre a la alegría, a la certeza de que el Ser es bueno y que me quiere. El cristianismo es la experiencia que introduce en esta percepción del Ser. Si no, es una ideología que, como todas las ideologías, contribuye a hacer más pesado el fardo de la existencia.