PRIMER PLANO

Los que están... bajo los efectos de la alucinación

Visiones en el Show de Costanzo. Hace algunas semanas, en el programa que representa por excelencia la palabrería de la nada, el Celebrante (el presentador) abordaba el tema de “las sectas y los gurús”. Y, ¿qué hizo? Un experimento simple y convincente. Pidió al público que se concentrara en un dibujo “abstracto”. Cuando les invitó a desviar la mirada y a detenerla sobre una pared, a todos les pareció ver la silueta de Jesús. Et voila: «Puedes ser todo lo incrédulo que quieras, pero cuando desde una mancha indefinida blanca y negra te aparece Jesús, alucinas en colores», comentaba irónicamente el diario Libero. No os preocupéis: semejante fenómeno lo puede explicar cualquier psicólogo de a pie sin incomodar a lo Sobrenatural. Pero está claro lo que hay detrás: nada malo en creer en Jesús, es una alucinación como otra cualquiera; que cada uno elija la suya...
Los mártires de Alá. Hay alucinaciones mucho peores. En el libro de Carlo Panella I piccoli martiri assassini di Allah (Los jóvenes mártires asesinos de Alá; ndt.), se relata una transmisión emitida por la televisión palestina. Entrevistan a Wala’, pequeña aspirante a kamikaze. Dice: «El martirio es muy atractivo. ¿Qué mejor que ir al Paraíso?». Y hasta aquí el horror que desgraciadamente todos conocemos. Pero después Wala’ añade: «Nosotros queremos ser siempre jóvenes», añadiendo al horror una halo de “modernidad” que parece venir de Occidente, de la televisión: siempre hay alguien “que ha visto la luz” y va de Costanzo por la vida. Por lo demás, como cantan Sirya y Jovanotti, «el amor es / la luz que uno tiene dentro de sí».

Dios sin Cristo «La primera consecuencia del racionalismo se puede sintetizar en la siguiente fórmula: “Dios sin Cristo”. Es la negación del hecho de que sólo a través de Cristo es posible que Dios, el Misterio, se nos revele tal como es. “Dios sin Cristo”, o fideísmo: ésta es la característica de todas las posturas que, eliminando la racionalidad de la fe, pretenden definir a Dios como la idolatría de un aspecto particular, sentida o heredada por una cierta tradición étnica o cultural, o bien establecida por su propio pensamiento o imaginación» (p. 127).