PRIMER PLANO

La ciencia más allá de las apariencias

La vida prenatal entre técnicas de fecundación y sincera observación de los datos. Entrevista a Carlo Bellieni, neonatólogo del Hospital de Siena

a cargo de Giampaolo Cerri

Todos hablan de ello sin pudor. Todos disertan sobre fecundación, opinan sobre diagnóstico pre-implantación y embriones, igual que los lunes hablamos de los goles anulados o de los penaltis asignados en la jornada de fútbol del domingo.
Alguien que sin embargo habla con competencia es Carlo Bellieni, de 42 años, neonatólogo en el Hospital de Siena, miembro de la European Society of Pediatric Research. En su hospital Bellieni ayuda a nacer a niños contra toda esperanza, hasta los 500 gramos de peso, en el quinto mes de embarazo. Como investigador es autor de varios estudios sobre la vida prenatal.

Doctor, ¿qué es lo que más le llama la atención de la polémica sobre la Ley que en Italia regula la fecundación asistida?

Una insistencia exclusiva en aspectos estrictamente morales, que sin duda son importantes, pero que no plantea si las técnicas de fecundación son verdaderamente seguras; más aún, que da por descontado que sí lo son.

Y ¿no lo son?

La literatura científica señala que el riesgo de daño cerebral, malformaciones y bajo peso al nacimiento, ligado a estas técnicas es superior a la media. Y varios investigadores han mostrado que este daño se asocia no sólo al hecho de que con la fecundación in vitro se “produzcan” muchos gemelos: también en el caso de un implante único el riesgo sigue siendo alto.

¿ Por qué no se habla de esto?

Porque en estas discusiones raramente se parte de la observación de los datos. Una periodista titulaba su artículo de forma provocadora: «¿Es pecado querer un hijo sano?». Pues bien, precisamente asociar la idea de “querer” a la palabra “hijo” nos hace miopes y es causa de errores. El hijo no es una posesión. Cuando es así, los padres se convierten en “fabricantes”, y esto genera ansiedad por no haber llegado a “producir” o a “producir bien”. Una ansiedad que implica excesos peligrosos para la salud. Como engendrar de forma voluntaria al primer hijo a una edad que puede estar ya muy lejos de la edad fisiológica. Pero no sólo esto.

¿ Es decir?

Que cada año se realizan en Italia cerca de cien mil amniocentesis. Y como esta técnica tiene un riesgo de mortalidad alrededor de 1 caso cada 200, cada año tenemos que contar con 500 embarazos interrumpidos accidentalmente en mujeres con fetos completamente sanos. ¿Qué otra práctica médica toleraría una tasa semejante de efectos colaterales graves?

¿ Qué nos puede decir sobre el “diagnóstico pre-implantación”?

Se interviene sobre un embrión al que se le quita una célula. Para ver si está sano, o quizás para determinar el sexo con el objetivo de selección. Hoy por hoy no conocemos bien los efectos de esta sustracción celular. ¿No sería una ocasión para aplicar el principio de precaución? Incluso la llamada técnica ICSI, con la inserción de todo el espermatozoide en el interior del óvulo, perforando la pared, parece no estar libre de peligros. En Francia, Claire Brisset, garante de la infancia en le Parlamento, laica, ha pedido que se suspenda esta técnica porque se sospecha que pueda producir daño al niño que nacerá.

Hay quien dice que el embrión no es una persona…

¡ Sólo porque es verdaderamente pequeño! Pero la ciencia sirve justo para ver más allá de las apariencias. La vida de un hombre empieza en el momento de la fusión de los patrimonios cromosómicos de las dos células de los padres. Allí se inicia un proceso que no realiza ningún salto cualitativo. El embrión, como el recién nacido, como el anciano, no es sino una forma distinta de la misma persona.
La negación
obstinada de una presencia

Sólo un “hijo perfecto” satisface las ganas de ser padres. La carta de una enfermera nos muestra dramáticamente una mentalidad muy extendida hoy: el hombre que se concibe como la medida de todas las cosas se vuelve,
inevitablemente, enemigo del hombre, porque no acepta la realidad como algo dado


Querido don Gius:
Quería contarte un pequeño hecho que me sucedió ayer en el trabajo. Una compañera mía espera un niño, el primero después de bastantes años de matrimonio, un niño programado. Todos contentos felicitamos a la futura mamá. Llega su marido y yo me acerco para felicitarle y le digo: «¡Qué contento estarás de ser papá!», una frase banal que quería expresar toda mi enhorabuena. Me mira y responde: «Hasta que no hagamos todas las pruebas y no sepamos si el niño está sano, no me siento en absoluto papá». Me quedé de piedra tanto por la tranquilidad con la que negaba la presencia de su hijo, como porque en él estaba completamente ausente la emoción natural que suscita un acontecimiento como éste. Empezamos a discutir, y aunque yo trataba de darle razones acerca de la irreductibilidad de la vida, él seguía obstinadamente afirmando que sólo se sentiría padre ante un hijo sano y que si no lo estaba lo eliminaría. Pensé entonces qué verdad es lo que dices de que «el enemigo de Cristo es el hombre medida de todas las cosas», y se me hizo evidente que Cristo coincide de verdad con lo humano, y cuántas veces yo también miro a la realidad no como un don sino a partir de la imagen que me he construido sobre ella. Aunque esta posición parece menos escandalosa tiene la misma potencia destructiva.
Alba