Multiculturalismo ¿Es posible la convivencia? Si es así, ¿de qué forma? Inmigración e integración, identidad y mestizaje. Verdad y relativismo, terrorismo y democracia. Libertad y seguridad. Ante el fracaso de la utopía del “multiculturalismo”, que fundamentaba la paz social en una tolerancia genérica hacia todos, las sociedades occidentales se interrogan sobre la posibilidad de convivencia entre tradiciones y culturas distintas Ante la realidad de los hechos, ¿qué es realmente el multiculturalismo? ¿Dónde buscar el rostro humano de nuestras sociedades? Como enseña El sentido religioso, tú y yo compartimos la misma condición humana y, sólo a partir de la experiencia elemental que la caracteriza, podemos entendernos y caminar junto a cualquier hombre En torno a una mesa, Huellas reúne a un teólogo español (Javier Prades), un profesor parisino (Silvio Guerra), un manager inglés (Chris Morgan) y un monseñor norteamericano (Lorenzo Albacete). He aquí sus aportaciones a cargo de Roberto Fontolan ¿De qué hablamos cuando hablamos de multiculturalismo? Es el enigma de los enigmas, el misterio de los misterios que se añade a las inquietudes de esta época inquieta y las enfatiza. Gobiernos y centros de estudios, iglesias y ministerios tratan desde hace tiempo de comprender en qué clase de mundo nos hallamos en este comienzo de milenio. Y circulan palabras gordas, muy gordas, a veces demasiado gordas: identidad, convivencia, relativismo, mestizaje. Por no hablar de la fórmula de moda: choque de civilizaciones. Quien sostiene su existencia, aunque sea de forma distraída, es alineado ipso facto en un cierto partido, y quien duda de ella es inscrito en el lado contrario. No existe casi la posibilidad de razonar. Todo esto es multiculturalismo, aunque hay que tener en cuenta que todavía no está decidido si la palabra designa un simple dato de hecho (existen muchas culturas distintas) o bien se trata del nombre de una nueva y reciente ideología occidental (las culturas deben convivir al mismo nivel). Pero nosotros aquí queremos razonar en busca de un rostro reconocible (y humano) de nuestras sociedades lo hacemos en la Asamblea Internacional de Responsables de CL en La Thuile. En torno a la mesa se sientan Chris Morgan, que vive en Londres y trabaja en el sector financiero; Javier Prades, teólogo de Madrid; el italiano Silvio Guerra, profesor en un liceo de París desde hace muchos años; y monseñor Lorenzo Albacete, escritor americano familiar para los lectores de Huellas. Empezamos por Londres y por ese julio ensangrentado. Todos nos quedamos atónitos cuando se descubrió que los terroristas eran ciudadanos británicos, crecidos y educados en ese mundo, en esa sociedad (justamente de esta constatación brota el libro investigación de Bernard-Henry Levy sobre el asesinato del periodista americano Daniel Pearl: el cerebro del secuestro y de la decapitación del pobre Danny había estudiado en la London School of Economics)... Morgan: Uno era profesor de niños disminuidos, estaba casado desde hacía un año y tenía un niño. Para todos sus colegas se trataba de una persona normal, un profesor estupendo. Esto me ha hecho pensar que el problema entre nosotros es que todo está aplanado, todo se relativiza. No hay ninguna identidad, cada uno puede creer y hacer lo que quiera en su casa, pero no existe relación, confrontación entre las distintas razas, las distintas religiones. Está prohibido preguntar a cualquiera sobre su experiencia personal, sobre cosas que tengan que ver con la religión, con la tradición. Únicamente en el pub, cuando la gente está un poco bebida, puede surgir algo. De esta forma, en el silencio y en la indiferencia teorizada y practicada puede suceder de todo, incluso que un profesor estupendo se haga explotar en el metro. No existe una idea británica, una identidad británica. Todo se enseña y todo se permite. Por no hablar de la Navidad, que en algunos lugares está prohibida para no ofender a las otras religiones. Esta es la Inglaterra de hoy. Guerra: En Francia, en cambio, el problema es casi el opuesto: el comunitarismo, es decir, la identidad de las comunidades, que se percibe como superposición a la identidad del Estado y que pone en peligro la integridad de la “Republique”. Da lo mismo si has nacido en Marsella o en Lille, debes tener las mismas posibilidades de éxito en la vida, los mismos derechos, debe existir una igualdad. El Estado teme que la comunidad, afirmando otro origen y otro valor, amenace esta unidad. Pero hay que añadir que la cuestión tiene que ver sobre todo con el islam, ese islam que se cree pone en peligro la República y la seguridad nacional. En la periferia de las grandes ciudades los imanes fundan grupos y comunidades de extremistas, con frecuencia influyentes sobre el resto de los creyentes. ¿Y qué respuestas se ofrecen a estos problemas? Monseñor Albacete, el concepto de melting pot, que durante muchos años ha caracterizado a la sociedad norteamericana, ¿sigue aún vigente? En el caso de España se trata de un debate más reciente... Por tanto, el multiculturalismo como ideología, quizá la más moderna... Morgan: Creo que el enemigo de esta ideología es justamente el cristianismo. La Navidad es la única fiesta que se ha prohibido, no la fiesta musulmana o la hindú. En este sentido se trata de una operación intelectual que crea malestar entre la gente común. Pero, en vuestra opinión, toda esta discusión sobre el multiculturalismo ¿se produce porque en el fondo no sabemos cómo relacionarnos con el islam? ¿Es éste el verdadero nombre del problema multicultural? El hombre occidental, ¿sabe cómo entrar en relación con este “otro”? Morgan: Mi experiencia es igual que la del otro, estamos juntos, vayamos a la raíz. La relación, la comparación debe producirse sobre la correspondencia con la vida, no puede ser un choque. Guerra: El problema nace cuando el encuentro, la relación, es instrumentalizada con fines políticos. La República no consigue garantizar hoy un nivel suficiente de unidad y entonces utiliza la religión como pegamento. Pero es el Estado el que tiene un problema de identidad y lo vuelca sobre la sociedad. Prades: No podemos olvidar que el precedente cultural de esta situación confusa es la teoría (difundida por el estructuralismo en Francia en los años cincuenta) de la absoluta imposibilidad de comparación entre las culturas. Según estas teorías no existiría ningún punto de vista unitario que permitiera una comparación, porque se caería en el odioso etnocentrismo europeo. La consecuencia es, sin embargo, que, sin un criterio objetivo, no sabemos cómo actuar: o alejamos al otro o nos mostramos indiferentes hacia él. Por suerte hoy se empieza a poner en cuestión el dogma del relativismo. Existen antropólogos, hijos de ese mismo estructuralismo, que empiezan a decir que existe una condición humana común. Y que también el otro más distinto a mí es un “alter ego”, un otro yo. Por eso podemos finalmente reconocer que tú y yo pertenecemos a una misma condición humana, como enseña precisamente El sentido religioso. Todo nace, o renace, de aquí. El acontecimiento cristiano hace posible históricamente esta mirada sobre el otro porque Cristo desvela el destino definitivo de cada hombre y se propone a su libertad para que pueda descubrir gratuitamente la plenitud a la que está llamado. |