África Mártires de Uganda

Los evangelizadores
de la Perla de África

A finales del siglo XIX muchos jóvenes laicos hicieron frente a su martirio. De entre ellos, 22 han sido proclamados beatos por la Iglesia. Tras su estela todavía hay muchos testigos de una fe vivida hasta el final

Filippo Ciantia y Edo Moerlin

Cuando Winston Churchill era un joven funcionario del Foreign Office y visitó Uganda, la definió como la “perla de África”. Este País es realmente rico en bellezas naturales extraordinarias, ofrece panoramas estupendos y goza de un clima maravilloso. Los árabes llegaron con su comercio a estas tierras antes de 1850, y los primeros europeos en llegar fueron Speke y Grant. Otros exploradores los siguieron, pero estos contactos no tuvieron gran relevancia para el reino del Buganda, hasta la llegada del dinámico Henry Morton Stanley. Lo que más le impresionó no fue la fértil y excepcional belleza de su naturaleza, sino la organización del reino del Buganda y la entusiasta acogida que le ofreció el rey Mutesa I. El mismo Stanley publicó en el Daily Telegraph del 15 de noviembre de 1875 la famosa llamada a la cristiandad para evangelizar el reino del Buganda, visto que el kabaka Mutesa parecía “interesado” por los beneficios del cristianismo. Eso abrió el camino a la llegada de los misioneros anglicanos de la Church Missionary Society, en 1877. Los padres blancos católicos Lourdel y Amans desembarcaron en 1879 en el puerto de Entebbe, donde hoy se ubica el aeropuerto internacional.
Como Stanley había previsto, el cristianismo arraigó rápidamente. No sólo en Buganda, sino en toda la Uganda actual. El reino del Buganda llegó a ser prácticamente una nación cristiana en el siglo XIX. Hoy Uganda es un país de mayoría cristiana: el reciente censo de 2002 constata que son cristianos más del 80% de los ugandeses, de los cuales el 41,9% son católicos; el 35,9%, anglicanos; el 4,6%, de la Iglesia de Pentecostés; el 1,3%, cristianos ortodoxos y otros. ¿Cuáles son las razones de esta estructura tan original en la historia de la Iglesia en África? Evidentemente no fue una astuta estrategia de los primeros misioneros, que fueron dos o tres en los primeros años, contando católicos y protestantes. El factor fundamental fue la obra del Espíritu, que actuó a través de la entrega extraordinaria y del ofrecimiento de jóvenes africanos que hoy son venerados en toda África como los “Mártires de Uganda”. Jóvenes africanos, laicos, apenas convertidos, de diferentes tribus, pero al mismo tiempo misioneros y evangelizadores de la Perla de África.
Uno de los espectáculos más llamativos que se puede admirar en Uganda es la participación popular en la celebración de la fiesta de los Mártires el 3 de junio. Los peregrinos llegan de toda África oriental y de los Países de los Grandes Lagos, de Kenia, Tanzania, Ruanda y Congo. Los más alejados ya han llegado para finales de mayo. Centenares de miles de personas se agolpan en Namugongo, donde se eleva el santuario que inauguró Pablo VI y luego visitó Juan Pablo II. A ellos se suman decenas de obispos, a menudo enviados por la Santa Sede.

El reino del Buganda
Tras la llegada de padre Lourdel y del hermano Amans, se construyó la primera casa entre julio y septiembre de 1879 y la primera capilla se bendijo el día de la Inmaculada, el 8 de diciembre. Los primeros bautismos se celebraron en 1880. En aquel año, 4 de los futuros mártires se hicieron catecúmenos. El martirio se consumará entre 1885 y 1886.
El reino del Buganda consistía en una monarquía absoluta, en la que el kabaka tenía poder de vida y muerte sobre cada sujeto. El kabaka Mutesa siempre ejerció una política de divide y vencerás, tratando de aprovechar los roces entre las religiones de los “extranjeros” –musulmanes, católicos y protestantes– y haciendo oscilar su preferencia según sus valoraciones políticas. Las tensiones no faltaron nunca, tanto que los misioneros católicos tuvieron que dejar Buganda en noviembre de 1882. Volvieron en julio de 1885, después de la muerte del kabaka Mutesa, y bajo su sucesor Mwanga. El Padre Lourdel fue recibido por numerosos cristianos, de los cuales muchos les eran desconocidos: los misioneros habían dejado 20 bautizados y 300 catecúmenos; a su vuelta 170 personas en peligro de muerte fueron bautizadas y más de 8.000 se convirtieron al catolicismo. La casa de Andrea Kaggwa hacía de casa/iglesia y la comunidad había crecido gracias a la pasión de aquellos pocos cristianos que Lourdel había dejado hacía casi tres años. Nunca se imaginaría que esos mismos jóvenes, al cabo de tan sólo un año vertirían su sangre por Cristo.

El homicidio del obispo
Mwanga era menos hábil que su predecesor en el arte del poder y era presa fácil de accesos de cólera y violencia, cuando intentaba hacer frente a las amenazas de las potencias coloniales que, sin embargo, se limitaron a mantener bases en las costas del océano Índico en Egipto y Sudán. Todo se precipitó cuando el obispo anglicano Hannington decidió alcanzar Buganda atravesando la tierra de los Masai. El kabaka estaba aterrorizado por las acusaciones que los árabes le hicieron de los europeos: querían adueñarse de la tierra de los africanos. En efecto, entre los Baganda existía una antigua profecía: un día pueblos extranjeros provenientes de aquel camino conquistarían su reino. Por ello el rey hizo matar al obispo anglicano, iniciando una persecución contra los cristianos que duró desde la mitad de 1885 hasta final de enero de 1987. El protomártir Joseph Mukasa Balikuddembe fue asesinado el 15 de noviembre de 1885. Tenía un papel importante en la corte de Mwanga: era el mayordomo, uno de los consejeros más escuchados por el rey, quien lo estimaba mucho. Joseph primero osó pedir al rey que perdonase al obispo Hannington y luego, después del homicidio, se permitió responsabilizarle de su muerte, añadiendo que su padre Mutesa jamás se habría manchado con semejante culpa. Todo eso lo hizo confirmando su fidelidad al rey. En un clima tan tenso y envenenado no fue difícil para los jefes tradicionales empujar al rey a librarse de los cristianos, que osaban oponerse a su voluntad, hacían caso a los misioneros y además, después de la conversión, se oponían al kabaka acostumbrado a sodomizar a todos los pajes reales.

Jóvenes laicos
Los mártires reconocidos son 22, pero perecieron muchos durante aquellos largos meses. Se piensa que al menos fueron 200 los cristianos muertos por su fe. Y entre ellos también una mujer, la princesa Clara Nalumansi, muerta porque después de su conversión destruyó los fetiches paganos de los que era guardiana en la corte. El día del gran holocausto, el 3 de junio de 1886, con Carlo Lwanga fueron quemados vivos otros 31 cristianos.
¿Pero quiénes fueron los mártires ugandeses? ¿Por qué todavía hoy existe una veneración tan grande por ellos, tanto que encontramos parroquias, escuelas y hospitales dedicados a san Kizito, el más joven entre ellos, en Nairobi, Lagos y Karthoum?
Por el color de la piel, raza y cultura, eran verdaderos africanos, de raza bantú y descendientes de los pueblos del este de África. Pertenecían a tribus diferentes: la mayoría eran Baganda, pero también había Basoga y Banyoro. Fueron africanos y mártires, sucesores de los grandes mártires africanos de los primeros siglos como Cipriano, Felicidad y Perpetua. Además fueron chicos, adolescentes y hombres casados, todos laicos, todos con posiciones sociales importantes. Joseph Mukasa era mayordomo del rey, Andrea Kaggwa era el jefe de la banda real, muchos eran pajes, otros soldados de rango. Tenían, por lo tanto, mucho que perder. En efecto, los mejores jóvenes del reino eran introducidos en la carrera política y militar frecuentando la corte, refinándose en las artes de gobierno y de la intriga y en los conocimientos militares y cortesanos. Habiendo conocido a Cristo de mano de los misioneros, conocieron aquello por lo que mereció la pena vivir y morir. En el momento de la prueba no vacilaron y profesaron su fe hasta el final.

Quemados vivos

Mientras algunos de los mártires fueron asesinados a lo largo de 14 meses de persecución, el grupo principal fue condenado a muerte el 25 mayo de 1886, en la corte de Munyonyo al norte del lago Victoria. El reino ya estaba bien organizado y tenía un lugar para las ejecuciones capitales, en Namugongo, donde se encontraba el verdugo de la corte, Mukajanga, pariente próximo (tío) del mártir de diecisiete años Mbaga Tuzinde. Con otros familiares, a lo largo del trayecto entre Munyonyo y Namugongo, intentó convencer en vano al joven de que renunciase a la fe.
Después de la condena recorrieron un “via crucis” de veintisiete millas, de Munyonio a Namugongo. Algunos murieron durante el trayecto, como Andrea Kaggwa. Seguían al grupo de condenados padres y parientes que intentaron por todos los medios convencerlos de renunciar a la fe para salvarse. Pocos abjuraron. La mayor parte se apoyaban recíprocamente, animándose y cantando, contentos porque tenían la gracia de testimoniar a Cristo. Los soldados no dejaron de pegarles e insultarles para aterrorizarlos. Después de 8 días, los condenados llegaron a Namugongo. Allí el día de la fiesta de la Ascensión fueron quemados vivos, protestantes y católicos, unidos en martirio con algunos paganos, probablemente criminales condenados a muerte.
Aunque estaba claro que adherirse a Cristo comportaba el martirio, Carlos Lwanga bautizó a los catecúmenos Kizito, Mbaga, Gyavira y Mugagga. Carlos le dijo al joven de catorce años, y aparentemente el más frágil, Kizito, a quien se le había puesto el nombre de Juan Bautista: «Cuando la prueba decisiva llegue, yo te tomaré la mano. Si tenemos que morir para Jesús, moriremos juntos, mano con mano».

La última foto
Fueron algunos de los verdugos y los que abjuraron, junto a otros cristianos, los testigos que facilitaron las informaciones necesarias para la causa de beatificación. Uno de los supervivientes, Denis Kamyuka, no sólo facilitó las informaciones del holocausto a los Padres Blancos, sino que también estuvo presente en la ceremonia de beatificación en 1920, llorando en el momento en que sus compañeros recibían la corona del martirio. Kamyuka, que llegó a ser el testigo de aquellos mártires, fue salvado misteriosamente de la pena capital por unos soldados, que lo juzgaron demasiado joven.
De los 22 mártires también existe documentación fotográfica. Un año antes del martirio los responsables de la comunidad cristiana en Buganda fueron a la ordenación del obispo Livinhac en Bukumbi. Una fotografía permitió, después del martirio, identificar a varios de ellos. La foto fue sacada en Tanganyka, actual Tanzania, en la misión de Bukumbi, a principios de octubre de 1885.
Hoy las representaciones pictóricas que aparecen en las iglesias de Uganda y en la basílica de Namugongo nos muestran los rostros reales de aquellos jóvenes que hace cerca de 120 años vertieron su sangre por ser fieles a Cristo.
33 años después dos jóvenes Acioli, Jildo y Daudi, dieron la vida por la misma razón en el Norte del País, en Paimol.
Pero la historia de este país está llena de testimonios gloriosos: Joseph Kiwanuka, el político católico fundador del Partido Demócrata, fue asesinado por Amin; a Francis Bakanibona, de CL, lo mataron los soldados del segundo gobierno de Obote en el triángulo de Lwero; decenas de catequistas fueron masacradas por su fidelidad a la Iglesia por los rebeldes en el Norte de Uganda; y Anchoa Lakwena, Joseph Lokony y Joseph Kony, son misioneros que han dado su vida recientemente para que la Iglesia estuviera presente en estas tierras.