Ante dos protagonistas

En el encuentro de Río se puso al descubierto una vez más el valor de toda iniciativa que busca responder a una necesidad concreta. No importa de dónde venga, porque para la amistad, está visto, no hay fronteras

Silvina Premat


12.500 + 12.500 familias
«Es raro encontrar un lugar donde compartir el trabajo que uno esta haciendo tal como lo encontramos aquí. Conseguir ser comprendido de esta forma es algo muy difícil». Así se expresaba Marcos Zerbini, de 40 años, líder de la Asociación de trabajadores sin tierra de San Paulo en Brasil
El problema de los brasileños que no tienen vivienda es de vieja data. Y la costumbre de invadir los terrenos deshabitados sin autorización de los propietarios, también. Un día Marcos Zerbini preguntó a quienes ocupaban de esta forma los espacios por qué lo hacían. «Para convencer a sus dueños de que nos lo vendan», le respondieron. Desde ese momento Zerbini y un grupo de amigos se pusieron a trabajar para encontrar una manera de comprar los terrenos antes de la ocupación. Era 1986 y la Iglesia en Brasil había pedido a los católicos que ayudasen a los sin techo. Hoy 12.500 familias viven en sus propiedades en 22 zonas de San Pablo y otras 12.500 están organizándose para conseguirlo. Ellos cambiaron el método de la invasión previa a la compra que todavía es defendido por otras agrupaciones. La primera experiencia exitosa fue en 1989: veinte familias compraron terrenos y construyeron sus casas. Los residentes en aquel primer barrio son, en un 95%, los mismos que construyeron la casa. «En cambio – cuenta Zerbini – el 85% de los que viven en las viviendas donadas por el gobierno no son los originales vecinos a los que se les adjudicó la vivienda. Ellos las vendieron y volvieron a las favelas porque no tienen ningún afecto a esa casa que no les costó nada obtener». «Ayudamos a las familias a organizarse con recursos propios para comprar las tierras y construir las casas. Igual que al principio de las cooperativas en Italia», dijo Marcos, que está convencido de que «es imposible esperar del estado la solución a todos los problemas». Zerbini explicó que cuando se habló con las personas necesitadas surgieron soluciones imprevistas. Como el convenio con una empresa de salud por muy bajo coste que nació para beneficiar a un pequeño grupo de familias y ahora alcanza a más de 7.000 personas. O las cooperativas de pan, de construcción civil y tantas otras que son organizadas en el ámbito de la Asociación de Trabajadores sin tierra de San Paulo. Esta agrupación sufrió la persecución de grupos de izquierda. «Parece que resolver los problemas fuese contrario a hacer la revolución», dijo con ironía Zerbini cuya experiencia suscitó gran interés entre los presentes en Río de Janeiro. «Estoy acá porque recibí una invitación de AVSI, organización que conocí por Alexander», explicó Zerbini, quien en agosto de 2001 había pedido al rector de la Universidad de San Pablo la asistencia de un médico para uno de los barrios de San Paulo. «Y nos mandaron a Alexander con quien tenemos una gran afinidad y amistad en el trabajo».

Don Busca
«Me siento pequeño pero en medio de ustedes siento que soy algo. Agradezco a Dios participar de Comunión y Liberación del que hasta el año pasado no conocía absolutamente nada». Juan Corti, un sacerdote salesiano de 78 años, es fundador de un gran número de obras educativas y sociales en el sur de la Argentina
«Mis amigos sabrán que he muerto cuando me vean con las palmas de las manos vueltas hacia el suelo. Si aún las tengo hacia arriba significa que sigo pidiendo, es decir, que continúo vivo». Así se presenta Juan Corti que conoció CL el año pasado cuando fue invitado a participar en la asamblea de los responsables en La Thuile gracias a un vínculo que favoreció una de sus sobrinas que vive en Italia. Corti se define como «un pobre misionero salesiano de la Patagonia argentina, esa tierra a la que don Bosco llamó “la tierra bendita” y Darwin “la tierra maldita” y donde el viento sopla a 150 kilómetros por hora».Viento con el que tuvo que lidiar cada vez que pilotaba un pequeño avión bimotor para visitar a alguno de sus fieles a los que asiste desde hace 54 años, cuando fue destinado por un mes a Comodoro Rivadavia, en la provincia de Santa Cruz. «Pero allá los días parecen años», dice con ironía Corti, que llegó a la Argentina en 1948 después de haber “recibido la orden” cuando hizo la profesión perpetua como religioso salesiano. Cuando tenía 11 años y vivía en Lecco, su ciudad natal, preguntó a una imagen de don Bosco, el día que lo canonizaron, qué quería que hiciera. «Y el día que hice la profesión se me ocurrió que debía ir a la Patagonia, que no sabía ni dónde quedaba». En Italia había comenzado el seminario, que no pudo continuar porque fue tomado prisionero del régimen nazi. Durante 14 meses estuvo en uno de los campos de concentración, en Buhenwa, acusado de no dar a soldados alemanes la mitad de una vaca que un campesino donaba mensualmente al seminario y con la que se alimentaban 120 jóvenes. A los cuatro años de su llegada se ordenó sacerdote y comenzó a crear obras. Fundó siete colegios, varios comedores escolares y consultorios médicos e impulsó la construcción y reparación de varias capillas, entre otras obras sociales en zonas marginales de Comodoro Rivadavia. En las cuatro escuelas que actualmente dependen del padre Corti, sus 2.200 alumnos reciben el desayuno y la merienda y, 400, también el almuerzo. Otras 200 familias retiran diariamente la comida. «Es gente muy pobre que necesita de todo, útiles, ropa, zapatillas... y algún pesito que pueda sobrar», dijo el cura a quienes en Comodoro todos llaman, no don Bosco sino don Busca.
El primero de los colegios que creó, llamado Domingo Savio, se construyó en dos etapas y se convirtió en escuela modelo en 1970 porque tenía calefacción central, entre otras comodidades. Para edificar el segundo de los colegios, de 5.500 metros cuadrados, empleó a unos 35 presos a los que les pagaba el sueldo como a cualquier operario (la única diferencia es que entregaba el 95% a las familias de los prisioneros y el 5% al “albañil”). En todos estos años Corti dejó de trabajar sólo para atender su estado de salud precaria y durante la guerra de las Malvinas. Como capellán brigadier de la Fuerza Aérea – puesto en el que el próximo año cumplirá medio siglo – acompañó a los soldados. El 4 de abril de 1982 celebró la primera misa en las Islas, donde permaneció durante dos meses cuidando a los enfermos en el hospital en cuyos pasillos dormía, sobre un pedazo de cartón. La sonrisa de Corti es permanente. Así como lo es su entusiasmo por emprender nuevas obras. «Todavía tengo mucho tiempo porque firmé un contrato con Dios para vivir hasta los 95 años. Si no me lo concede se las tendrá que ver conmigo», dijo quien, además, es párroco de 20.000 almas.