IGLESIA
Desde Mallorca hasta California, por
el camino de la misión
Desde la lectura de las vidas de los santos
hasta el ingreso en la orden franciscana, el ímpetu misionero no le abandonó nunca.
Empujado por el deseo de visitar las lejanas “Indias”, zarpó desde
España hacia Méjico y California, en donde fundó una serie
innumerable de misiones. Su lema: «Siempre adelante». Su objetivo:
la difusión de una educación cristiana
Ricardo Olvera y Damian Bacich
Miguel
José Serra
nació y fue bautizado el 24 de noviembre de 1713 en la pequeña
ciudad de Petra, en la isla de Mallorca. Aunque era de naturaleza un poco enfermiza,
desde niño estuvo animado por grandes aspiraciones: apasionado por las
vidas de los santos, le fascinó especialmente la figura de san Francisco
de Asís. A los quince años dejó su familia para entrar
en la Universidad Franciscana de la vecina Palma, en donde se inscribió en
la Facultad de Filosofía. Con tan solo diecisiete años su madurez
era tal que fue admitido en la orden franciscana, a pesar de la preocupación
de una parte de sus superiores a causa de su salud precaria. Al vestir el hábito
franciscano tomó el nombre de Junípero (que significa “juglar
de Dios”, apelativo usado por el mismo san Francisco). En 1737 fue ordenado
sacerdote, y pasó a enseñar teología durante siete años
en la Universidad Luliana de Mallorca. Aun siendo muy apreciado como profesor,
fray Junípero no se contentaba con una buena carrera académica.
Estaba ansioso por visitar otros países, cosa común para los
habitantes de Mallorca, durante siglos navegantes y cartógrafos, y hecho
corriente para muchos españoles de la época, que deseaban zarpar
para las lejanas “Indias” (como se llamaban en aquella época
las tierras de América). Además tenía siempre en la mente
los relatos heroicos de los santos que había leído de niño.
Su sueño no estaba inspirado por el ansia de descubrir nuevos tesoros
o de ganar glorias militares, sino sobre todo por el deseo de anunciar el acontecimiento
cristiano a aquellos que todavía no lo conocían. Pero Serra sabía
que los primeros discípulos habían sido enviados por Cristo a
predicar de dos en dos, y pidió a Dios durante meses que le enviara
un compañero.
Viaje hacia tierras desconocidas
En 1749 su sueño se hizo realidad. Encontró a otro franciscano,
de su mismo pueblo natal, que deseaba partir como misionero para América.
Se trataba de Francisco Palou, que acompañará al padre Serra
en muchos de sus viajes, y que será el autor de su biografía
póstuma.
El viaje hacia las tierras españolas de ultramar era muy penoso. Al
desembarcar en Veracruz, acompañado por una veintena de frailes, el
padre Serra decidió llegar hasta la ciudad de Méjico a pie para
iniciar su obra, mientras que sus compañeros viajaban en mulas. Por
una picadura de insecto mal curada tendrá que convivir hasta su muerte
con una herida en la pierna que hará que camine siempre con dificultad.
Al llegar a la Ciudad de Méjico pasó un periodo de estudio en
el colegio de San Fernando para prepararse para el servicio misionero. Poco
tiempo después empezó su obra misionera con otros frailes franciscanos
en los montes de Sierra Gorda, en donde predicaba a los nativos, y fundó nuevas
misiones en territorios que antes habían sido extremadamente hostiles
a la fe cristiana. Durante su estancia se ganó el respeto de sus superiores
y fue nombrado responsable de las misiones. En 1758 fray Junípero volvía
al colegio San Fernando, en donde se dedicaría durante nueve años
a la enseñanza de la filosofía, hasta que fuera nuevamente llamado
a la misión en la que entonces se consideraba la tierra más perdida
del mundo: la Baja California.
Fundador de misiones
Durante los primeros cien años de evangelización en California,
especialmente a partir de 1697, año de la fundación de la Misión
de Nuestra Señora de Loreto al sur de la Baja California, los jesuitas
habían instituido diecisiete misiones en toda la península. Cuando
en 1767 fueron expulsados los jesuitas de todos los dominios españoles
como efecto de las intrigas masónicas en la corte, los franciscanos
llevaron adelante la obra por ellos iniciada. Con el padre Serra como responsable
de todo el sistema de las misiones, asumieron el control de las viejas misiones
jesuíticas que habían quedado vacantes en la península,
y desde allí prepararon la gran empresa misionera de la Nueva California.
El punto de partida fue Loreto, en la Baja California meridional, pero, como
puente entre el norte y el sur, los misioneros fundaron en 1768 San Fernando
de Vellicatá, en la parte septentrional de la península, instaurando
sólidos vínculos con los habitantes de aquella región.
Desde San Fernando, con el apoyo de la Vieja California (hoy Baja California,
en Méjico) y junto a colonos, militares, provisiones, semillas y ganado,
Serra y sus compañeros se dirigieron al norte hasta alcanzar, el 1 de
julio de 1769, la primera misión de la Nueva California (el actual estado
de California): San Diego de Alcalá. El lema de Serra, «Siempre
adelante», encontraría confirmación en los años
sucesivos gracias a la fundación de muchas otras misiones.
Monterrey: un modelo a seguir
Después de haber fundado la primera misión de California del
Norte, Serra y sus hermanos franciscanos deseaban establecer una base en el
legendario puerto de Monterrey, al sur de la Bahía de San Francisco.
Aunque la existencia de la Bahía de Monterrey se conocía ya por
las exploraciones españolas de comienzos del siglo XVII, algún
tiempo después los navegantes no fueron capaces de encontrarla. Sin
embargo fray Junípero emprendió el viaje a bordo del “San
Antonio” en búsqueda de la legendaria bahía, y después
de un mes de dura navegación desde el puerto de San Diego, llegó finalmente
a la que definió como «una gran franja de tierra». Aquí,
en Monterrey, fundó su segunda misión, San Carlos Borromeo del
Río Carmelo.
Entre las siete misiones que fray Junípero fundó durante su vida, ésta
se convirtió en el cuartel general de todas las misiones de California,
en la que él mismo residía cuando no estaba de viaje. Todas las
demás misiones fundadas a lo largo de la costa californiana tendrán
como modelo la misión de Monterrey.
Una educación en la totalidad
Las misiones que fundó fueron puntos de referencia esencial para la
difusión de una educación cristiana entre los nativos. En el
centro estaba siempre la iglesia, en torno a la cual se desarrollaba toda la
vida de la comunidad. La enseñanza cristiana no se limitaba al aprendizaje
de una doctrina. La iglesia estaba rodeada de aulas, establos, forjas, molinos
para el grano, tiendas y almacenes artesanales en los que se desarrollaban
los oficios de la época: herreros, fabricantes de ladrillos, curtidores;
había también almazaras y prensas para hacer vino. En torno a
estos centros se desarrollaba una floreciente agricultura, que arrancaba a
las poblaciones de su pobreza ancestral, mientras que la domesticación
de animales dio origen a los famosos ranchos californianos. Todas las semillas
traídas desde el mundo mediterráneo se adaptaron estupendamente
en aquellas tierras, en muchos casos con resultados sorprendentes, permitiendo
el crecimiento de frondosos frutales. Las misiones eran empresas basadas completamente
en el autoabastecimiento, epicentro de una nueva civilización.
Los principales protagonistas de esta obra civilizadora fueron los mismos indios.
Ellos, ayudados por miles de colonos llegados desde la Baja California y desde
Sonora, construyeron caminos, fuertes, puertos y las misiones mismas. Las bellas
catedrales de ladrillo, que han hecho el “estilo de las misiones californianas” tan
famoso en el mundo, son fruto del trabajo de todo un pueblo. Al construir,
los nativos aprendían de la arquitectura más moderna de la época,
mejorándola con su innata sensibilidad artística. La experiencia
del templo, «signo de la cercanía de Dios al hombre», desveló a
los habitantes de California un nuevo horizonte en su relación con Dios.
Los nativos que habitaban en las misiones aprendieron de los frailes incluso
a tocar instrumentos, a leer música y a cantar, creando originales composiciones
que combinaban melodías europeas con su peculiar y antiquísima
tradición musical.
Pasión por lo humano
Junípero Serra murió de tuberculosis en 1784 en la Misión
de San Carlos, a la edad de 71 años. Su sepulcro está desde entonces
en el altar mayor de la basílica de la Misión de San Carlos.
Durante generaciones después de su muerte, los nativos de la zona de
Monterrey siguieron recogiendo las bellotas - de las que era habitual alimentarse
- que caían de forma anómala de la encina junto a la que fray
Junípero celebró su primera misa.
Los compañeros del p. Serra continuaron la obra que les había
confiado, elevando el número de las misiones en California a veintitrés
en 1823, año de la fundación de la última misión.
El éxito de la empresa misionera fue un prodigio a los ojos del mundo,
y suscitó inevitablemente envidias en determinados ambientes. En 1834
el gobierno mejicano, independizado de España, secularizó todas
las misiones, expulsó a los franciscanos y asignó los terrenos
a ricos latifundistas. En los años siguientes los edificios de las misiones
sufrieron una rápida decadencia, terminando a menudo en ruina. En 1850,
sin embargo, Méjico perdió los territorios del norte de California,
que pasaron a EEUU, y durante el siglo XIX algunos edificios de las misiones
fueron restituidos a la Iglesia Católica. Algunas funcionan hoy como
parroquias con culto, mientras que otras se hallan en manos del gobierno, y
actualmente están bajo la tutela y conservación del California
Department of Parks and Recreation, como monumentos históricos, todavía
espléndidos a la vista, como testimonio del estupor y del entusiasmo
que la fe es capaz de transmitir.
En los últimos años de su vida, conversando con Francisco Palou,
su amigo de siempre, Junípero Serra dijo estas palabras recordando el
entusiasmo que le invadió en sus primeros años como profesor
en Mallorca, un entusiasmo que le daría el ímpetu para poner
en pie el gran sistema de las misiones en California: «No he trabajado
más que para volver a encender en mi corazón aquellos grandes
deseos que sentía desde el noviciado leyendo las vidas de los santos...
pero demos siempre gracias a Dios que está empezando a atender mis deseos
y pidámosle que todo suceda para Su mayor gloria y para la conversión
de las almas».