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/ CL
La exaltación del Ser
La lección de Julián Carrón, que a partir del mensaje
para la peregrinación de Loreto señala algunos pasos de la carta
que don Giussani dirigió a la Fraternidad el pasado mes de junio.
La Thuile, 20 de agosto
«Cuando nos juntamos, ¿por qué lo hacemos?
Para arrancar a nuestros amigos y, a ser posible, a todo el mundo, de la nada
en la que vive el hombre»1.
Nuestro estar juntos tiene esta finalidad: arrancarnos de la nada. La lucha es
contra la nada. No estamos juntos para organizar mejor las cosas, para gestionarlas
mejor, sino por una caridad hacia nosotros, porque nos interesa no sucumbir ante
la nada.
La primera cuestión es mirar la realidad, mirar nuestra experiencia, porque
se podría abrir camino en nosotros una insinuación: «Estamos
empezando a hablar de cosas filosóficas». El que piense que la nada
de la que hablamos es algo filosófico puede ir a ver la película
Las Horas, en donde el director ha conseguido transmitir con eficacia en qué consiste
una vida sin significado (cuando salí del cine sentí sobre mí el
peso del vacío, como tantas veces uno puede sentirlo a lo largo del día).
Nada sirve para arrancarnos de esta nada que nos amenaza, porque nosotros somos
como todos; no somos distintos por el hecho de que estemos aquí, somos
como todos los hombres, en el sentido de que tenemos la misma experiencia que
todos: es imposible vivir dentro de una cultura sin verse influidos por ella.
La nada nos amenaza de muchas maneras. Don Giussani ha utilizado distintas
expresiones. Hablando a los universitarios, la ha definido como un «cinismo de vagabundos»2;
el año pasado, en la entrevista publicada en Libero, hablaba de «conformismo»,
denunciando el hecho de que muchos ya no esperan la plenitud (y esto vale dentro
y fuera de CL, en la Iglesia y fuera de ella): ya no hay espera3. O bien se puede
hablar de «aridez del corazón», de «frialdad»,
de «formalismo». Son distintas modalidades en las que la nada nos
toca, hasta el punto de convertirse en una tentación de nuestra cultura.
Paola De Carolis, en el Corriere della Sera, hablando del budismo, decía: «La
bienaventuranza eterna es la nada»4 (es la extraña fascinación
de nuestra cultura por el budismo, que concibe la bienaventuranza eterna como
la nada), o también – y de esto están plagados todos los
periódicos – «El aburrimiento nos salvará», en
la Repubblica: «Afrontar el miedo al vacío y ser conscientes de él
o, mejor todavía, pasar a esa “toma de inconsciencia” que,
por sí sola, vale más que mil sesiones de auto análisis»5.
La nada. Uno de vosotros, hablando de su experiencia del Grupo Adulto, decía
(aunque esto puede extenderse a lo que dice cada uno de nosotros): «Existe
un peligro mortal que he visto con claridad al comienzo de este año: estar
a medias, estar sin estar. Hay una lucha que desgasta sin comparación
mucho más que cualquier trabajo o tensión provocada por las circunstancias
externas, y es participar de una vocación como la nuestra sin quererla. “Hacer” sin
querer lo que se hace disgrega a la persona desde dentro, la hace infeliz, porque
bloquea su libertad, la aridece hasta la médula porque no ama lo que existe,
y no se puede amar aquello que no existe».
La nada «nos aridece hasta la médula», no estamos en lo que
existe: porque, como decía Cornelio Fabro, «la nada no se escoge,
nos abandonamos a la nada». Nos abandonamos, nos dejamos caer, nos escurrimos:
nos abandonamos a una vida sin sentido. ¡Cuántos momentos del día
los vivimos sin sentido!
Se comprende entonces por qué don Giussani, en la carta a la Fraternidad,
afirma (y todos nosotros no podemos más que estar de acuerdo): «El
yo debe ser exaltado continuamente por un renacer de la realidad, por una nueva
creación»6. El yo, nuestro yo, tú y yo debemos ser continuamente
exaltados por un renacer. Estamos juntos para esto. Como dice el mensaje con
ocasión de la peregrinación de Macerata a Loreto, «nuestra
relación es “vocacional”»7. La vida es vocación
a la felicidad, a la plenitud. «La relación vocacional es incluso
algo así: que encontrándonos [que en nuestro estar juntos] (...)
uno se sienta como aferrado en lo hondo, rescatado de su aparente insignificancia,
debilidad, maldad o confusión, y de repente invitado a las bodas de un
príncipe»8.
1
La exaltación del Ser
La nada sólo puede ser vencida por el Ser. Podemos hacernos amigos, podemos
arrancarnos de la nada, solo si en nosotros de alguna manera ha vencido el Ser,
si nuestra vida ha sido recorrida por el Ser. ¡El Ser! ¡Que exista
el Ser! Esto es lo que le ha impresionado a don Giussani, como él mismo
dice en la carta: «El Himno a la Virgen de Dante coincide con la exaltación
del ser»9. Y más adelante: «Por ello la primera parte del
himno de Dante es la exaltación de lo eterno»10.
«
Yo habría podido comenzar la carta así», nos decía
algunos días después de haberla escrito: «Dante quería
hablar de lo eterno, quería hacer comprender a la gente, quería
hablar de la eternidad a la gente para la que escribía, era la eternidad
lo que le interesaba. Todo lo demás es como una oleada de luz de eternidad.
Hablar de la eternidad es hablar del Ser. Es el problema del Ser lo que le falta
a la gente».
Y este es nuestro problema. La nada no existe, no podemos escoger la nada,
nos abandonamos a ella. Pero el problema es que para nosotros el Ser aparece
como
algo abstracto, sin incidencia real en la vida. Ante las reacciones suscitadas
por la carta, don Giussani ha observado: «He podido descubrir en estos
días que el Ser no vibra en nadie».
El primer punto de la carta se “salta” normalmente: es más
fácil, por ejemplo, pensar que se comprende qué es la libertad,
pero con respecto al Ser no sabemos qué actitud adoptar, porque no vibra
en nosotros, nos parece que no podemos tener experiencia de él. Ayudarnos
a comprender la carta es entonces la cuestión decisiva, porque la carta
no se comprende únicamente reflexionando sobre ella, sino participando
de alguna manera en la misma experiencia del que la ha escrito.
En una ocasión, Giussani había invitado a los universitarios con
los que estaba a ensimismarse con el contenido de la Escuela de comunidad como único
camino para superar una forma abstracta de escuchar las palabras. Entonces un
universitario le preguntó cómo sucedía este ensimismamiento
en su vida y en sus relaciones. Él le respondió: «No puedo
decirte cómo sucede en mi vida, amigo mío, sino en cuanto ya en
tu vida aparece y se experimenta algo parecido. Se comprende sólo aquello
que, de alguna forma, corresponde a algo que ya experimentamos»11.
La cuestión es por tanto tener experiencia de aquello que se nos ha dicho,
porque de otro modo pensamos que comprendemos, pero reducimos a una medida nuestra.
Ayudarnos a tener experiencia de las cosas: esto es lo que don Giussani persigue
desde el comienzo del movimiento. Porque él sabe muy bien que algo se
comprende sólo si «sucede»: el inicio del conocimiento,
como ha dicho en distintas ocasiones citando a Finkielkraut, es un acontecimiento12.
El contenido de la carta nos pone ante un problema de conocimiento, como él
mismo nos había dicho hace seis años (puede verse el texto de los
Ejercicios del 98, que está todavía por aprender). Ya entonces
tenía en mente este problema: quería comunicar que «Dios
es todo en todo» (es decir, el Ser) y que «“Dios es todo en
todo” es una consecuencia impresionante a la que conduce la razón
cuando se entiende conforme a la experiencia natural, realista, que tenemos de
ella»13.
Si uno mirase su experiencia, comprendería que «Dios es todo en
todo». Pero «Dios todo en todo», observa don Giussani, nos
parece «abstracto14. Esto se comprende por ejemplo cuando se pregunta a
alguien: «Pero, ¿has pensado esto? ¿Te das cuenta de esto?»,
y responde: «¡Sí, ya lo sé!», pero sin dejarse
impresionar lo más mínimo por ello, de forma que deja entrever
lo contrario. Es como decir: «Lo sé, pero no sucede nada»:
es una abstracción.
Uno de vosotros escribía: «Me ha impresionado encontrarme, aquí en
la playa en la que estoy, a algunas personas del movimiento y del Grupo Adulto
porque, hablando con ellas de forma banal acerca de lo que iban a hacer o dónde
iban a pasar las vacaciones, emergía una división impresionante
entre el trabajo, las relaciones, las vacaciones, los problemas, las cuestiones
que interesan de verdad, y el movimiento, la vocación, Jesús. Todo
esto [el movimiento, la vocación, etc.] no se pone en discusión.
Simplemente no tiene nada que decir en la vida».
En los Ejercicios ya citados, don Giussani afirma que la abstracción con
la que percibimos a Dios se da «en el orden del conocimiento»15 y
que esto tiene su «origen en una separación que se produce entre
razón y experiencia»16. «El meollo de la cuestión se
esclarece en la lucha que se desarrolla acerca del modo de entender la relación
que hay entre razón y experiencia. Para comprenderlo, bastaría
con mirar la fórmula “Dios es todo en todo” para que se tambaleara
la formulación más habitual de la existencia de Dios (“Dios
existe”). En efecto, resulta siempre tranquilizadora la afirmación
de un ente supremo, de la existencia de Dios, cerrado en sí mismo, sin
relación alguna con la acción del hombre, excepto al final, como
juez que destruye o aprueba lo que le hombre haya realizado»17.
Todo el problema está en la forma de concebir la relación entre
razón y experiencia: «La negación de que “Dios es todo
en todo” proviene de una irreligiosidad»18. Se trata de una irreligiosidad «que
comienza sin que nadie se dé cuenta con la separación entre Dios
como origen y sentido de la vida [...] y Dios como un hecho del pensamiento»19.
Lo que pensamos acerca de Dios, sobre Dios, está separado de la experiencia
que tenemos de Él: entonces se convierte en algo abstracto. Esto se produce
por una irreligiosidad, por una separación casi imperceptible, que comienza
sin que nadie se dé cuenta.
Si tú estás conmovido por la realidad y un instante después
te distancias, te apartas, allí comienza la irreligiosidad. El problema
no es rezar o no. El problema es la relación con la realidad. Dios empieza
a convertirse en algo abstracto si, cuando hablas de Dios, te separas, hablas
de Dios como hecho de tu pensamiento y no a partir de la experiencia que tienes
de Él. Se introduce una separación de Dios con respecto a la experiencia.
Esto se entiende fenomenal si miramos cómo es la experiencia original – en
donde no se produce esta separación – y por qué es irreligiosidad
esta separación.
El punto de partida es la experiencia, y esto implica que tú y yo podemos
tener experiencia del Ser. ¿Por qué podemos tener experiencia de Él?
Porque el Ser se comunica, se dona a sí mismo en una forma: «El
Ser “se coextiende” a su comunicación total; el Ser alcanza
todo lo que le rodea y que creó para Sí, y en esta comunicación
total de Sí mismo (su coextensión) acontece y te alcanza»20.
El yo humano participa del Ser, nos decía don Giussani, a través
de una forma. El Ser se puede experimentar, tocar, porque nos alcanza a través
del disfrute. El Ser que se vuelve disfrutable para la existencia: esta es la
coextensión. El Ser nos alcanza a través de una forma. Muchas veces
decimos ante lo que sucede: «Sucede porque sucede, no hay nada detrás». ¡No!
Sucede porque Otro lo quiere, sucede porque es el Misterio que se comunica:
es la impresionante libertad del Misterio.
Escribe Steiner: «El acto creador» – a través del cual
el Ser se comunica, se coextiende a todo y nos alcanza –, «es la
realización de una libertad. Es enteramente libre. Su existencia comporta,
implícita y explícitamente, la alternativa de la no existencia.
(...) La “creación”, correctamente entendida y percibida,
es sinónimo de “libertad”, de aquel fiat o “hágase” que
sólo encuentra su significado en su relación (...) con el “que
no se haga”. Sólo en esta gratuidad hacia el ser – el ser
es siempre un don – el artista, el poeta y el compositor pueden ser considerados “semejantes
a Dios”»21. El Ser te alcanza, te toca, te llama a través
de una forma y por esto se puede tener experiencia de él.
Esto implica que el punto de partida es la experiencia. Es exactamente lo contrario
de la abstracción. «La experiencia – dice genialmente don
Giussani en la lección citada – es el emerger de la realidad en
la conciencia del hombre, es que la realidad se vuelve transparente para la mirada
humana»22. Conocer qué es el amor, la libertad, mi madre, las montañas,
sólo se produce a través de la experiencia. Sólo se puede
comprender qué es el amor a través de la experiencia del amor,
y no por la lectura de novelas de amor.
Miremos ahora la experiencia original, la experiencia del encuentro del yo
con la realidad (capítulo décimo de El sentido religioso)23. Si yo
abriese los ojos por primera vez en este momento y viese el Mont Blanc, lo primero,
la primera experiencia en absoluto sería un estupor, un apego. En primer
lugar, por tanto, la realidad me conmueve (¡Qué hermoso!) y yo me
apego a ella; después tomo conciencia de mí mismo. La primera experiencia
que tengo es la de un apego, no una distancia. Si se produce esta separación
es por un movimiento de la libertad.
La religiosidad empieza ante la realidad, en el impacto con la presencia de la
realidad, en el apego que produce el atractivo de la realidad, de aquello de
lo que se puede disfrutar. Por el contrario, la distancia es el comienzo de la
irreligiosidad, porque va contra la naturaleza de la experiencia que tenemos.
Por eso, como dice Finkielkraut, «la utopía triunfante es la pretensión
violenta de liberarnos de la realidad como dato, y sobre todo del dato como presente»24.
Si vence esta utopía, somos «engañados»; todo lo demás
no es más que una consecuencia.
El comienzo de la irreligiosidad, la primera victoria de la nada, se produce
en esta separación, si nosotros aceptamos esta separación, si nos
abandonamos a ella, porque el origen, la experiencia original es un apego, no
una separación. Ese inicio sucede casi sin que uno se dé cuenta.
Como muestra el recorrido de todo el capítulo décimo de El sentido
religioso, si somos leales, en el impacto con la realidad este choque de la realidad,
este impacto original, despierta en nosotros un deseo, una tensión, una
exigencia de conocer que no se cumple más que llegando a decir: «Tú que
me haces». Si nos detenemos antes, como habitualmente hacemos, no llegamos
al Ser, no tenemos experiencia del Ser, y cuando hablamos del Ser hablamos de él
fuera de la experiencia.
Hemos sido educados para partir de la realidad. Si parto de la realidad que
veo, que toco, de la forma con la que el Ser se dona, estoy obligado a afirmar
como
origen suyo al Ser, un Ser «real»: no un hecho del pensamiento (un
hecho del pensamiento no es capaz de explicar la presencia de la realidad), sino
un Tú – dice don Giussani en Avvenimento di libertà –,
un «Tú real y misterioso»25. No importa si lo sientes o no
lo sientes: ¡está! Este Tú real y misterioso está. ¿Por
qué está? Porque estamos nosotros. No es un problema de sentimiento,
no es un problema de lo que pensamos: ¡está! Si no podemos hacer
una afirmación tan simple – «¡está!» –,
cuando hablamos de Dios hablamos de un hecho del pensamiento. Esto es tan verdadero
que cuando escuchamos a don Giussani hablar del Ser, de Dios, nos conmovemos.
Una vez, durante una comida – lo contaba Giancarlo –, exclamó Giussani: «Para
mí Dios es tan real como estas patatas». Precisamente porque está yo
lo experimento, lo siento. No «porque lo siento puedo decir que está»,
sino que «porque está, yo puedo experimentarlo». Es un problema,
en primer lugar, de conocimiento. Si no se hace este uso de la razón,
no se respeta su verdadera naturaleza: la verdadera naturaleza de la razón
está definida por esta exigencia que la realidad despierta en mí. «El
Himno a la Virgen de Dante coincide con la exaltación del ser, con la
tensión extrema de la conciencia del hombre ante la presencia de la “realidad”,
que no se hace a sí misma, sino que está hecha de un focus inefable»26. ¿Qué es
esta «tensión última del conocimiento»? ¡La razón!
La presencia de la realidad despierta esta exigencia, esta tensión, que
define la naturaleza de la razón.
Sólo aquél que acepta este impacto y no se separa de la tensión
que la realidad produce en él, llega al focus inefable, es decir, al Tú real
y misterioso, al Ser. La conciencia del hombre en su tensión última
llega al focus inefable del Ser (con la condición de que uno no sea
irreligioso, no se detenga, no se separe, no bloquee la exigencia que despierta
la realidad).
Si uno reconoce la realidad como creada no puede no terminar en la exaltación
del Ser: toda la creación es el comunicarse del Ser, es la vibración
de este Ser. «Es un consejo eterno, algo que vibra y que se llama eternidad»27.
Por eso es imposible que el Ser no vibre en nadie: si no vibramos, hay algo que
no funciona, es la victoria de la separación. De otra forma es imposible,
como es imposible mirar las montañas sin decir: «¡Qué hermosas!»,
sin recibir el impacto de la belleza. ¡No es posible! Quiere decir que
no aceptamos ver la realidad. Si uno se encuentra ante la realidad, no puede
no vibrar.
Pero no es suficiente la meditación de textos o la lectura de una novela
de amor. Hace falta un acontecimiento, hace falta una conmoción: el test
de que hemos llegado al Ser es esta conmoción. Podemos ser expertos en
el discurso, pero, ¿cuántos entre nosotros están conmovidos?
El Ser se comunica únicamente a través de la conmoción
que produce en nosotros. No hay otro modo.
Entonces todo – las montañas, la mujer, las circunstancias, el desastre –,
todo se convierte en la modalidad, la forma con la que el Ser me llama, se me
comunica y me llama desde el fondo de este focus inefable. «El Tú es
el fondo de la verdad, es decir, de la realidad».
El trabajo que tenemos que hacer – la educación que nos falta, después
de cuatro siglos de racionalismo, de bloqueo en la apariencia – es llegar
a este focus, porque la apariencia, la forma, «es la primera manifestación
de lo que existe para siempre»28, como se lee en Afecto y Morada. Es verdaderamente
algo de otro mundo: la apariencia no es preludio de la nada, no es engaño
ni vanidad. «La apariencia es la primera manifestación de lo que
existe para siempre». «Lo que se ve es la apariencia, pero es necesario
dejarse arrastrar, dejarse atraer desde la apariencia hasta el corazón
de la apariencia, que es otra cosa, que es Otro. No es una apariencia, es Otro.
Pero esto no te hace olvidar la apariencia: te hace estrecharla más»29,
precisamente porque te remite a Otro. En esto consiste la madurez: en «dejarse
atraer tanto por la apariencia que se pueda llegar a la intimidad de la apariencia»30,
al corazón.
No tenemos experiencia del Ser, o hablamos del Ser fuera de la experiencia,
si no llegamos hasta aquí, si nos quedamos en la apariencia. Es un problema
de educación, y esto vale para todo lo que sucede, para toda la realidad.
Tomemos el ejemplo del ciego de nacimiento, y observemos el recorrido que hace
ante el milagro (el milagro: algo que sucede). «Antes no veía, y
ahora veo»31. Ese hombre empieza un recorrido desde la apariencia hasta
el corazón de la apariencia. ¿Cuál es el corazón?
Veamos sintéticamente los pasos. «Le preguntaban: “¿Y
cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese
hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y
me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé,
y empecé a ver”. Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contesta: “No
sé”. Llevan ante los fariseos al que había sido ciego. (Era
sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los
ojos). También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido
la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me
lavé, y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre
no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo
puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y vuelven
a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que
te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta” [antes
había dicho: “Ese hombre que se llama Jesús”, y ahora
dice: “Es un profeta”]. Pero los judíos no creyeron que aquél
había sido ciego y había recibido la vista [para mantenerse en
el prejuicio es necesario censurar la realidad, porque la realidad despierta
el recorrido que hace el ciego; para detener este recorrido es necesaria una
separación de la experiencia, y esta separación es la negación
de la realidad], hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste
vuestro hijo de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo
es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste
es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos
nosotros, preguntádselo a él”». «Llamaron por
segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo
ante Dios, nosotros sabemos que ese hombre es un pecador” [es el prejuicio].
Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo
sé que yo era ciego y ahora veo”»32.
Este apego a la realidad le hace vencedor ante toda la astucia de los fariseos.
No hay hada que hacer, ésta es la cuestión («Sólo
sé que yo era ciego y ahora veo»).
«
Le preguntaron de nuevo: “¿Qué te hizo, cómo te abrió los
ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya y no me habéis
hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez? ¿también
vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron
de improperios y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás
tú, nosotros somos discípulos de Moisés”». «Replicó él: “Pues
eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo,
me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al
que es religioso y hace su voluntad. (...) Si éste no viniera de Dios,
no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Empecatado
naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús [es el final del recorrido] que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el
Hijo del Hombre?” Él contestó: “¿Y quién
es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Lo
estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él
dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él»33.
Ni siquiera ante un milagro tan imponente se puede evitar tener que hacer este
recorrido. Lo contrario es no darse cuenta de nada. Puede leerse a propósito
de esto en el evangelio de Lucas el episodio de los diez leprosos: todos fueron
curados, pero sólo uno se dio cuenta34.
A todos nosotros se nos ha dado la vida, el Ser se nos comunica: sólo
algunos se dan cuenta. Éste es el problema de la educación que
necesitamos. Como el niño necesita de su madre que, ante el regalo que
le acaban de hacer y que le produce tanta alegría que se olvida de todo,
le recuerda: «¿Qué se dice?». Y el niño: «¡Gracias!».
La madre le hace comprender que no sucede porque sí: hay algo más. Ésta
es la introducción en la realidad, en el Tú, a través de
todo. ¡Qué grande es la vida cuando, ante todo lo que sucede,
no nos detenemos en la apariencia!
«
Este darse cuenta de la presencia es darse cuenta de que la nada ha sido vencida»35,
dice Cornelio Fabro. Hace falta que nos demos cuenta de la presencia del Ser
para que nuestro yo pueda renacer. Este renacer sucede en el reconocimiento del
Ser, que se vuelve oración, petición del Ser ante el signo: «¡Revélate! ¡Que
yo te reconozca!». Esta es la expresión última del hombre: ¡que
yo Te reconozca en todo! Este es el juego de nuestra religiosidad o bien de nuestra
irreligiosidad: ¡que yo te reconozca a través de todo! Que yo llegue
hasta el final, hasta el Tú, que no me detenga antes.
2
El método de Dios: la Virgen
El método de Dios: esto es lo que ha respetado la Virgen. En la Virgen
se hace evidente qué es el Ser. Aquí reside su importancia única. «La
Virgen llega a ser conmoción por el Infinito»36.
La Anunciación es el Ser que se comunica: el Magnificat es la conmoción
ante este hecho, la proclamación de la grandeza del Señor: «Porque
el Señor ha mirado la nada de su sierva»37. Pero esto sucede cada
mañana cuando recitamos el Ángelus. No sucede porque sí (podría
no suceder; podría olvidarme), pero es Dios, es el Misterio el que se
me comunica, el que me hace decir: «El ángel del Señor anunció a
María». No es un recuerdo, sucede ahora. Y uno se da cuenta de cuál
es la diferencia entre una oración piadosa o un acontecimiento: ¡si
uno se conmueve o no!
Esto es lo que hace renacer el yo, la exaltación del individuo. Aquí está el
desafío más grande del Ser a cada uno de nosotros, que nos pone
delante de nuestro verdadero drama: «Sin el reconocimiento del Misterio
vivificante (el Ser), el individuo se apaga y muere»38.
«
El drama supremo es que el Ser pida al hombre que le reconozca. El drama de la
libertad que toda persona debe vivir es la adhesión al hecho de que el
yo debe ser exaltado continuamente por un renacer de la realidad, por una nueva
creación, que en la figura de la Virgen llega a ser conmoción por
el Infinito»39.
Este es el drama supremo del yo: para vivir, para nacer de nuevo de la nada
a la que nos abandonamos, tenemos necesidad de aceptar el impacto del Ser,
de adherirnos
al Ser. La Virgen es el método, porque es el paradigma de la verdadera
religiosidad: «La figura de la Virgen es el constituirse de la personalidad
cristiana»40. Sin esto, solo queda la nada, es decir, el poder: el único
límite al poder es la verdadera religiosidad.
«
La Virgen respetó totalmente la libertad de Dios, “salvó” Su
libertad; obedeció a Dios porque respetó Su libertad sin oponer
un método suyo»41. La libertad de Dios que se comunica al hombre
hace posible la libertad del hombre. Por eso «la salvación es el
Misterio de Dios que se comunica al hombre»42.
Se comprende entonces por qué «la libertad del hombre es la salvación
del hombre»43: la libertad del hombre es el signo de que el hombre ha sido
salvado. Y en la Virgen esto se vuelve luminoso. Es como si Dios (nos decía
también don Giussani) hablase con claridad: «Mirad lo que puede
llegar a ser la vida de una criatura que respeta la libertad de Dios». «Os
enseño, dice Dios a través de la Virgen, os enseño cómo
tenéis que hacer».
La Virgen es el método con el que aprendemos la familiaridad con Cristo.
Este donarse del Misterio, que llena de tal forma al ser, a la criatura, al yo,
esta gratuidad del Ser, esta virginidad del Ser, que comunica su plenitud a la
Virgen, es lo que le permite relacionarse con gratuidad con toda la realidad. «La
primera característica con la que el Ser se comunica es la virginidad»44:
pureza absoluta, gratuidad absoluta.
Sólo si estamos llenos del Ser podemos dejar que todo sea lo que es, sin
tener la pretensión de poseer, podemos respetar al otro, dejarle libre,
como Dios le ha creado, libre. ¿Por qué? Porque dentro de su relación
con nosotros está esta virginidad, esta plenitud. Y esta plenitud, que
es la virginidad, es generadora, es maternidad: sólo tenemos necesidad
de alguien que nos genere; no necesitamos consejos, no necesitamos charlar, no
necesitamos nada. Sólo tenemos necesidad de alguien que nos comunique
al Ser, de alguien en el que el Ser sea transparente.
3
Caridad y esperanza
«
El Ser – la donación del Ser, la comunicación del Ser – es
caridad»45. «El Ser-Misterio – decía también
don Giussani en la entrevista publicada en Libero – no podría identificarse,
no podríamos advertirlo y adherirnos a él si no se desvelara como
Caridad»46. Caridad, la palabra que expresa de forma suprema la actitud
de Dios hacia el hombre.
Es suficiente con leer el evangelio de Juan: «Tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Hijo único»47; o bien la carta a
los Romanos: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de su Hijo»48; o la carta a los Gálatas: «Vivo
de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí»49.
«
La gran revelación es que la esencia del Ser es el amor»50. «La
cuestión es muy simple: lo que existe, el misterio que existe, la realidad
del Ser, se acepta sólo si uno ha tenido la experiencia de ser objeto
del amor de Dios»51.
Si todo lo que sucede lo reconocemos como la donación del Ser, la donación
de este Tú a nuestra nada, todo lo que sucede en la vida es incremento
de la certeza acerca del Ser, acerca de la caridad del Ser hacia nosotros. «Sin
ser atrapados por ese torbellino que es el Misterio-Caridad terminamos siendo
estériles»52. Este torbellino está aconteciendo ahora,
sucede ahora.
La donación del Ser es «la invasión del deseo, un deseo sin
fin»53, y despierta todo nuestro yo, nos hace «uno»: es la
victoria sobre el dualismo. La caridad de Dios despierta en nosotros la caridad
hacia todo, como reflejo del acontecimiento del Ser.
Decía además don Giussani: «lo que existe, el yo atraído
por el Ser en el encuentro con una forma, con este amor, se abre a ella, dando
lugar así a la caridad». Esta caridad hacia nosotros es lo que nos
abre. «El amor es así la manera de participar en aquello que sería
algo meramente efímero»54. Todo sería efímero, y
en cambio se convierte en camino hacia el Misterio.
Es la caridad de la que habla san Pablo en la Carta a los Romanos: «Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién
acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién
condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más
aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede
por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?
[esta es la victoria sobre la separación]: ¿la aflicción?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el
peligro?, ¿la espada? (...) Pero en todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida,
ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura,
ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro»55.
La nada no tiene ya ninguna presa. Ésta es la victoria del Ser, cuyo ejemplo
más clamoroso es el “sí” de Pedro. «El “sí” de
Pedro es la expresión más grande de la obra redentora de Cristo
con el hombre, la explosión de la positividad del Ser sobre la negatividad
de la mentira en la acción del hombre»56.
¡
La conmoción de Pedro! A un universitario que le pregunta: «¿Cómo
puede ser mi “sí” un “sí” conmovido (...)
como el de Simón?», don Giussani le responde: «¿Cómo
puede no estar conmovido? ¿Cómo puede no conmover el pensamiento
de que el Misterio del ser penetre en mi pobre ser humano, de otra forma mortal
en el sentido total del término, destinado a la pulverización total? ¿Cómo
hace el Misterio para amarme hasta penetrarme, hasta hacerme semejante a Sí,
y levantarme de los brazos como hace la madre con el niño, tomándome
en brazos (...)? Pero, ¿cómo puede suceder que Dios actúe
así conmigo, contigo? (...) Dios es misericordia»57.
Esta misericordia del Ser es la esencia del Ser. Por eso «debemos volver
preferencia humana la presencia de Cristo»58. ¡Mira todo y compáralo
con este amor! ¿Cómo puedes preferir a otros antes que a Jesús?
La caridad de Cristo es el éxtasis de la esperanza. La relación
del Ser con la vida del hombre es el inicio del fin, del cumplimiento. La vida
comienza continuamente como fuente de Ser. Por eso, si existe esta esperanza,
existe una fuerza para volver a comenzar en cualquier circunstancia que de otra
forma no existiría.
«
La esperanza pasa como luz en los ojos y como ardor en el corazón por
aquel Ser que constituye la recompensa de la espera humana: no es un premio porque
el yo sea bueno, sino porque el yo vive el éxtasis de la esperanza»59.
De aquí surge el pueblo. El Misterio se convierte en el pueblo humano,
en el énfasis de una personalidad cristiana: por esto nos levantamos por
la mañana, «¡nos levantamos por un desbordamiento en nosotros
del hecho de Cristo!»60.
Por menos de esto no se vive.