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Unidad y fraternidad: la síntesis
de cada día
Apuntes de la intervención de Luigi Giussani en el Equipe
de los universitarios de Comunión y Liberación. La Thuile, 7 de
septiembre
de 2003
Luigi Giussani
La verdad, la belleza, el gusto por la vida y el
amor, la capacidad
de amor que el cristianismo ha realizado en el mundo – ¡en nuestro
mundo! – , es el fruto del seno de la Virgen; fruto innegable y constatado
cotidianamente. ¡Ojalá esto se concrete incluso en satisfacción,
verdad luminosa y gusto de servir a esta bondad de la vida que no tiene comparación
posible ni precedentes! Mejor dicho, que sólo tiene un precedente: Cristo,
Dios que se hizo hombre en el seno de la Virgen. Os ruego por tanto que entréis
incluso en el aspecto último de vuestra fatiga por pertenecer a Cristo
y a la Iglesia, es decir, que prestéis atención a la objetividad
de la verdad y la belleza, de lo nuevo y lo amoroso, que siempre acompaña
a la presencia del cristiano en el mundo. Si el hombre cristiano se adhiere a
su fe aunque sea mínimamente, porta realmente esta novedad. Vosotros estáis
en condiciones más privilegiadas aún porque habéis sido
llamados, llamados a aportar la contribución de vuestra buena voluntad
como ayuda para vuestros compañeros y amigos.
Cuidad por tanto, concretamente, que vuestra alma tienda a crear una atención,
que todo vuestro ser tienda a crear una atención de estima, una atención
de afecto y una capacidad de fidelidad a las dos condiciones que, a mi juicio,
califican el beneficio de abandonarnos a nuestra compañía. Lo cual
tiene la oportunidad de renovarse en una ocasión como la de este encuentro.
La primera condición que la verdad y la belleza de lo que decimos y el
amor que nos apremia hasta el horizonte último exigen es que se respete
la unidad. Esa unidad entre nosotros en la que se afirma la autoridad, es decir,
el poder distinto que ha entrado en el mundo con Cristo, y por tanto con su Madre,
la Virgen María: la unidad con quien guía. Que cada uno de vosotros,
al hablar, sienta este peso, dulce pondus, el dulce peso de una autoridad jamás
imaginada antes.
En segundo lugar, que esta unidad corrobore y disponga el amor fraterno a perdonar
cualquier error que suframos, a escuchar cualquier sugerencia que todavía
pueda venir de la angustia o la incertidumbre de otros. De tal manera que fraternidad,
perdón y escucha entren a formar parte del clima propio de una compañía
que se reúne por Cristo.
Os deseo que comprendáis lo que os he dicho, porque de ahí me viene
una gran paz en el corazón que deseo también para vosotros. ¡Adiós!