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La presencia en la
historia
Apuntes de dos intervenciones en los Ejercicios espirituales de los Novicios
de los Memores Domini. La Thuile, 9-10 de agosto de 2003
Luigi Giussani
Perdonad, pero querría dejaros un pensamiento: al final de una jornada
como la de hoy la disponibilidad del corazón es suficiente, basta para
todos. La frase que más me gusta de las que el Medievo ha formulado y
la vida monástica ha valorado es esta:
Oh Iesu mi dulcissime,
spes suspirantis animae,
Te quaerunt piae lacrimae
et clamor mentis intimae.
¡Oh Jesús, mi dulcísimo Señor, compañero! Sea cual
sea la situación en la que nos encontremos – lo han dicho de distintas
maneras nuestros dos “comandantes supremos” –, sea cual sea
la postura de la que partamos, el sentimiento que nos invade es la dulzura y
nada podemos decir con mayor verdad que: Oh Iesu mi dulcissime, esperanza del
alma que suspira. Es una palabra que utiliza Dante y que permanece en nuestra
memoria desde los tiempos en los que en Italia todavía la enseñanza
reflejaba los valores del pasado: spes suspirantis animae.
Jesús, tú eres dulce en mi vida: la dulzura caracteriza tu presencia
porque eres el contenido de la esperanza. ¡Tú eres mi esperanza!
Y la esperanza define continuamente la naturaleza original de nuestro ser, esto
es, espera, petición, pues la petición tiene la misma forma de
la espera.
Spes suspirantis animae, Te quaerunt piae lacrimae: a Ti claman la angustia,
el dolor, la insatisfacción, entre los pliegues poco saludables que nuestra
vida adquiere.
Te quaerunt piae lacrimae: a Ti te buscan mis lágrimas, en su estado original:
pías, en su forma original.
Et clamor mentis intimae: es un clamor, el grito interior de mi ser, del ser.
Y el ser es un grito interior: es un grito, un grito más que interior,
total, un clamor total: et clamor mentis intimae.
Por lo tanto, todo es triste y todo es bueno, siendo la esperanza una afirmación
positiva a toda costa, una afirmación a toda costa positiva de nuestro
ser.
Os deseo que podáis tocar estas cosas no con mano trepidante, sino juvenil,
infantil, como de niños, como de seres recién nacidos, pues cada
instante somos recién nacidos.
Deseo que seáis para mí compañeros de viaje como habéis
demostrado serlo para Pino y Carrón. Pido que podáis sosteneros
mutuamente.
Gracias.
Creo que la respuesta al interrogante de «qué es para nosotros el
trabajo» será justamente la labor más sugerente a lo largo
de toda nuestra vida. El trabajo que nos espera es la búsqueda de la respuesta
a esta pregunta.
La palabra ‘densidad’ que ha utilizado antes don Pino – me
parece – se convierte en el contenido de la mirada que dirigimos a las
cosas según vamos dando pasos; avanzando, el camino se desvanece en el
horizonte, pero no se pierde, porque permanece: todo permanece, todo continúa
y nosotros nos sentimos introducidos en el corazón de las cosas con una
sugestividad cada vez más clamorosamente clara, por una densidad de pensamiento,
acogida, sentimientos y un afecto del que nadie, que no haya recibido esta vocación,
es capaz.
Os digo, os pido, que partáis siempre de la presencia de la Virgen, esta
presencia suprema en la historia del universo. Imaginaos los días de la
Virgen, los días de María junto a ese Misterio que sentía,
percibía, reconocía y abrazaba con todo su ser, que hospedaba dentro
de sí. Con el paso del tiempo, al dilatarse infinitamente el horizonte
implicado en esa relación, ¡qué significado adquirió para
la Virgen! No sólo cuando pensaba en él, sino siempre; porque para
una madre llevar a su hijo, portarlo, es de alguna manera amar la presencia de
todas las cosas, ¡es amar la Presencia! Así que verdaderamente (esto
tenemos que descubrirlo y ayudamos a descubrirlo), realmente es un amor desconocido
para los demás, un amor para el que todos están hechos, al igual
que nosotros, un amor que no tiene límites, como se dice de la actitud
del Padre hacia su Hijo Jesús.
Ojalá tengamos paciencia en el tiempo. No una paciencia irritada o escandalizada
porque las palabras no dan inmediatamente lo que prometen, no expresan enseguida
su significado o, como se ha dicho y citado, no nos dejan enamorados de lo Infinito.
El tiempo que pasa nos hará enamorados de lo Infinito, de lo Infinito
en toda cosa finita con la que entremos en relación.
Tenemos que pedirle a la Virgen la gracia de participar de su maternidad, porque
estamos hechos para eso y este es el descubrimiento que quizás hayamos
hecho a lo largo de este curso. El descubrimiento de que la vida se nos da, se
nos devuelve y entrega para que nos vaya calando este hecho imponente: un niño
recién concebido está en el corazón de su madre. ¡Qué absoluta
pertenencia! Si algo se piensa en un sentido erróneo, perdemos de vista
lo demás. Si algo se piensa en un sentido incorrecto del término “pensar”,
perdemos de vista todo, no nos convertimos en puerto donde pueden acudir todos,
donde las luces y los movimientos del mundo y de la vida de los hombres pueden
ampararse.
Tengamos paciencia, ¡ayudémonos! Por ello os hemos dicho que nos
escribáis (cf. Carta a la Fraternidad, en Huellas julio/agosto de 2003,
p.1). No seáis injustos con nosotros si no recibís respuesta – por
lo menos según vuestros tiempos y deseos –; más bien ayudémonos
porque toda pregunta que me hagáis será para mi ocasión
de resplandeciente respuesta.
Todo es provisional, al igual que cada paso es un paso en el camino. Todo paso
es transitorio, pero sin cada paso del camino se deja de percibir el destino
de ese camino.
Os doy las gracias de antemano por la familiaridad que me concederéis,
lo cual se ha convertido para mí en una necesidad de la vida, en algo
dulcísimo para mí: Oh Iesu mi dulcisime, amigo, hermano, compañero,
contigo yo trataré de arrastrar a todos los hombres que conozca, contigo
Señor me arrastraré para que la nada no tenga ningún poderío
sobre nosotros.
Gracias.