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Juan Pablo II a los jóvenes

La esperanza que no desilusiona

Las palabras de Juan Pablo II a los seiscientos mil jóvenes reunidos para escucharle en la explanada a las puertas de Toronto. «El mundo que vais a heredar es un mundo que necesita ser tocado y curado por la belleza y por la riqueza del amor de Dios. (...) Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y de nuestros errores»

ANDREA TORNIELLI

«Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y de nuestros errores, al contrario, somos la suma del amor del Padre por nosotros y de nuestra capacidad real de convertirnos en imagen de su Hijo...». En el mundo destrozado por el odio y por la violencia, por el terrorismo y el fanatismo, pero también por la prepotencia beligerante de los que se creen los amos del mundo, en un mundo que parece cada vez más sometido al Maligno, hacía falta la fe inquebrantable de un testigo, el Papa anciano y frágil, para repetir a los jóvenes el único anuncio verdadero de una esperanza que no desilusiona. Downsview Park, el antiguo aeropuerto en la periferia de Toronto, parece un inmenso campo de refugiados después del violento temporal que, al alba, sorprendió a los más de seiscientos mil jóvenes mientras dormían. Tiendas y refugios improvisados, cartones y lonas, paraguas e impermeables sirvieron de poco en el parque transformado en pantano.

Contra el espíritu del mundo
Domingo 28 de julio. En el momento culminante y conclusivo de la XVII Jornada Mundial de la Juventud, incluso el tiempo parece querer adaptarse al mensaje de Juan Pablo II, pasando del aguacero al sol inesperado. Cuando Karol Wojtyla, revestido con paramentos verdes y más encorvado de lo habitual, hace su entrada en el palco grande y lleno de color, el viento y la lluvia son fortísimos. Hasta las mitras variopintas de los obispos y cardenales se han doblado por la humedad y asumen formas extrañas. Los jóvenes están exhaustos, pero atentos. «Sobre una montaña cerca del lago de Galilea - les dice el Papa, que adquiere vigor poco a poco durante la celebración - los discípulos de Jesús escuchaban su voz suave y urgente: suave como el paisaje mismo de Galilea, urgente como una llamada a escoger entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira». Esta es la dramática elección que Wojtyla pone ante sus interlocutores más amados, ante los jóvenes, que saben escucharle sin prejuicios: «Jesús ofrece una cosa - explica -, el “espíritu del mundo” ofrece otra... El “espíritu del mundo” ofrece muchas ilusiones, muchas parodias de la felicidad. No existe quizá tiniebla más punzante que la que se insinúa en el alma de los jóvenes cuando los falsos profetas extinguen en ellos la luz de la fe, de la esperanza, del amor. El engaño más grande, la mayor fuente de infelicidad es la ilusión de que se puede encontrar la vida sin Dios, de que se puede alcanzar la libertad excluyendo las verdades morales y la responsabilidad personal».

Belleza conmovedora
Esta elección es la sustancia y el desafío de la Jornada Mundial de la Juventud. Juan Pablo II añade: «El mundo que vais a heredar es un mundo que tiene una necesidad desesperada de un sentido renovado de hermandad y de solidaridad humana. Es un mundo que necesita ser tocado y curado por la belleza y por la riqueza del amor de Dios». «Tocado y curado», estas son las palabras del Papa. Y se sabe que los discursos, las ideologías, las llamadas a las armas, pero también las estrategias, los planes pastorales y las llamadas a “cerrar filas” para salvaguardar la identidad cultural europea, no tocan ni curan las heridas del hombre contemporáneo. Sólo la belleza conmovedora de un encuentro, de un rostro, de un gesto, de un hecho sucedido de forma imprevista por gracia, «tocan» verdaderamente el corazón. Algo imprevisto, pero real como el sol que asoma súbitamente y caldea la explanada. Juan Pablo II lo sabe, y por esto repite que «el mundo tiene necesidad de testigos» de ese amor de Dios.

A los jóvenes de Downsview Park el Papa les pide que «conserven y mantengan viva la conciencia de la presencia de Jesucristo, nuestro Salvador, especialmente en la celebración de la Eucaristía». Una apreciación significativa en un país como Canadá, en el que se producen frecuentes abusos precisamente en las celebraciones eucarísticas. La belleza que toca y cura es una lamparilla pequeña, pero, como explica Wojtyla, «incluso una llama ligera que oscila levanta la pesada tapa de la noche». «¡Cuánta más luz podríais dar vosotros, todos juntos, si os juntarais unidos en la comunión de la Iglesia! ¡Si amáis a Jesús, amad a la Iglesia!».

El deber de la santidad
El momento histórico es difícil, incluso dentro de la Iglesia, en medio, precisamente en los países norteamericanos, de acusaciones por los escándalos de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes. Juan Pablo II quiere tocar este tema y en un momento de su homilía dice que estos hechos «nos llenan a todos nosotros de un profundo sentimiento de tristeza y de vergüenza», pero invita a todos, levantando y acompasando el tono de su voz, a mirar a la gran mayoría de sacerdotes y religiosos que consumen su existencia haciendo el bien. «En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia - afirma el Papa - el deber de la santidad se vuelve todavía más urgente. Y la santidad no es cuestión de edad. La santidad es vivir en el Espíritu Santo». «Vosotros sois jóvenes - concluye Wojtyla - y el Papa está viejo y un poco cansado. Pero él todavía se identifica con vuestras expectativas y vuestras esperanzas. Aunque he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente para estar convencido de forma inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para sofocar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón de los jóvenes. ¡No dejéis que esta esperanza muera! ¡Apostad por ella en vuestra vida! Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y de nuestros errores...».

Dos escenarios
La tarde antes, en el mismo lugar, durante la vigilia, Juan Pablo II había hablado de los dos escenarios contrapuestos con los que se había inaugurado el nuevo milenio: el de la multitud de peregrinos llegados a Roma por el Jubileo, ese flujo ininterrumpido de hombres, mujeres y niños que atravesaban la Puerta Santa y que el Papa, a menudo, se paraba a contemplar a escondidas desde la ventana de su estudio, y el «terrible atentado terrorista de Nueva York, icono de un mundo en el que parece prevalecer la dialéctica de la enemistad y del odio». Y había invitado a los jóvenes a construir el edificio de su existencia sobre la «piedra angular» que es Jesús: «Sólo Cristo, conocido, contemplado y amado, es el amigo fiel que no desilusiona, que se hace compañero de camino y cuyas palabras dan calor al corazón».